Carles Puigdemont, el proclamador de efímeras repúblicas catalanas, ha hablado con la parafernalia y el lenguaje habitual del independentismo irredento. En Bruselas estuvo rodeado de fieles aplaudidores que saben lo que se juegan cada uno de ellos si la cosa no sale como pretenden. Hacía tiempo que el fugado no levantaba tanta expectación. El subidón de adrenalina, tras casi seis años huido de la justicia ‘represora española’, debió ser imponente. Las palabras amnistía, referéndum, unilateralidad, reconocimiento del conflicto político, voluntad política o diálogo invocaban la necesidad de un «acuerdo histórico como el que ningún régimen ni gobierno español ha sido capaz de hacer realidad desde 1714». ¡Ahí es ná!
Dicen los iniciados en las escenificaciones de los secesionistas que, pese al aparente maximalismo, el tono de las exigencias y no reclamar un referéndum inmediato sino pactado con el Estado son señales de humo de que Junts quiere negociar aunque la música parezca la de siempre. Confieso que sólo escuché el resumen del discurso pero me sentí como cuando Jordi Sánchez, líder de la Asamblea Nacional Catalana, fue ingresado en la cárcel de Soto del Real y el compañero de celda pidió, por los clavos de Cristo, que lo cambiaran porque estaba agotado por la «tabarra independentista». En fin, ya comprendo que esto no es para tomárselo a broma pero, en ocasiones, sonreír ayuda.
Quienes reclaman diálogo a los demás debieran departir también con sus propios ciudadanos, porque viendo los resultados electorales estamos en una Cataluña distinta a la de 2017. El ‘procés’ no puede legitimarse a posteriori. Hoy todos los votos del independentismo (ERC+Junts, 24,3%) no llegan a sumar los que tuvo el PSC (34,5%). Tenían 24 escaños y hoy sólo 14 de los 48 escaños de Cataluña. Se trasluce una enorme decepción en la ciudadanía, incluso la que creyó las mentiras sobre lo factible de la independencia se siente hoy defraudada y ya no se le pueden proponer aventuras imposibles.
Negociar parece necesario, pero los acuerdos que se alcancen no podrán desbordar los límites que marca la Constitución. El referéndum, no cabe y las dudas de que la amnistía sea constitucionalmente posible son evidentes. Así que tendrán que explicar a qué llaman amnistía y qué se pacta en realidad. Sobre todo en Cataluña, muchos pueden pensar que solamente se está buscando una salida personal a una casta política que vulneró la ley a sabiendas y engañó a su propio pueblo. La magia electoral ha hecho que los menguados escaños del secesionismo sean decisivos pero entre la negociación y el chantaje hay límites inaceptables. Las cartas las repartieron los ciudadanos. En la mesa de negociación hay una Constitución y un peligroso vaso de cicuta, quien lo tome puede quedar políticamente muerto. ¡Cuidado!