Tiempo de cinismo
Cuando la Verdad (con mayúsculas) no importa, triunfa el cinismo. Tengo la convicción de que el creciente escepticismo que todos sentimos ha sido sustituido por la maldad en las influyentes altas esferas. Así lo he sentido al comprobar lo ocurrido veinte años después de la masacre del 11M en Madrid.
Recuerdo muy bien aquel día y recuerdo que creí al gobierno de Aznar cuando su ministro del Interior, Ángel Acebes, aseguró que ETA era la autora de la terrible masacre pese a que la prensa ya apuntó la hipótesis de que fuera un atentado perpetrado por extremistas islámicos tipo Al Qaeda. Fue tajante en la negativa. No se me pasó por la cabeza que mentía hasta que resultó evidente que lo hacía. La hipótesis de ETA se fue desinflando en horas. Sólo había que echar una ojeada en internet a la prensa internacional y en toda ella se atribuía el atentado a células yihadistas. La insistencia en la teoría, negando las evidencias, hizo que el enfado fuera en aumento y la población lo expresó en las urnas.
El PP perdió unas elecciones que creía ganadas y entonces se acuñó, por primera vez, el concepto de ‘gobierno ilegítimo’. Con la colaboración de algunos renombrados periodistas no ahorraron en pólvora para vilipendiar a Zapatero, a los jueces que juzgaron y condenaron a los autores e incluso a Pilar Manjón, representante de las víctimas. Es la historia de siempre. En 2007, Aznar (que todo lo sabe) insistía: «Los que idearon el 11-M no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas». Todavía hoy, su fundación (FAES), pese a las infinitas pruebas en contra, defiende que jamás mintieron. El propio Aznar, que presionó personalmente a los directores de medios de comunicación para que publicaran la autoría de ETA, se permite llamar “profesionales del embuste” a quienes le recuerdan el engaño.
He escuchado estos días a la fiscal Olga Sánchez, instructora del caso, explicar el daño a la investigación que causaron las teorías conspiranoicas inventadas por algunos y concluye con desgarro que «aquel 11M se fracturó España,…o eres mi amigo o eres mi enemigo y eso es muy triste». Ciertamente, lo es. Triste y descorazonador. El clima actual totalmente irrespirable e insano para la democracia, viene de entonces. Si ni siquiera ante el recuerdo de tanto dolor que conmocionó a toda España ha sido posible la unidad para consolar a las víctimas, ¿qué futuro común tenemos? Me pregunto, cómo se llama esta enfermedad que excluye la compasión sólo para obtener miserables ventajas políticas. No tengo respuestas, pero creo que sólo la mediocridad fabrica vanidosos que insisten en llevar razón aunque la realidad los desmienta. Quizá algunas generaciones no conozcan lo ocurrido, conviene contarlo porque no hay infamia que perdure en el olvido ni siquiera en este tiempo de cinismo.