Que «todas las familias felices se parecen, pero cada familia desgraciada lo es a su manera», lo afirmó León Tolstoi al comienzo de Ana Karenina. Dándole vueltas a esa inquietante idea he pensado que también podemos sostener que los autoritarismos y los totalitarismos se parecen para desgracia de quienes los padecen, incluso cuando afirman ser felices. No creo que Putin esté de acuerdo conmigo ni tampoco con el escritor ruso cuyas grandes obras, a buen seguro, no inspiran al autócrata del Kremlin, más proclive a géneros más negros y sangrientos. El mundo entero conoce que la sutileza no está entre sus cualidades a juzgar por su capacidad para eliminar adversarios políticos. Lo cierto es que disfruta sabiendo que todo el planeta cree que su larga mano es más peligrosa que el arsénico.
Tiranos y dictadores siempre se parecen y la historia demuestra que se fortalecen en sus dominios señalando un enemigo exterior que intenta minar a la nación cuyas esencias dicen representar. Ucrania y los que la ayudan son hoy la encarnación del enemigo. Putin niega haber comenzado la guerra, quiere hacer creer que sólo se defiende de quienes amenazan la seguridad de Rusia. La mentira y el miedo refuerzan al líder máximo y lo unen al pueblo en tiempos de incertidumbre.
Su reacción ante el terrible atentado terrorista en el auditorio Crocus City Hall, en Moscú, que se ha segado 143 vidas lo demuestra. Puede afirmarse que su postura es cuando menos sorprendente. Sea quien sea el brazo ejecutor, el terrorismo es siempre un acto deleznable y de crueldad extrema. No caben medias tintas en su condena. Es insólita la postura de Putin después de que el Estado Islámico del Gran Jorasán, una de las ramas del ISIS, haya reivindicado hasta tres veces la autoría de la masacre. Putin evitó darle credibilidad y ridiculizó las advertencias del riesgo de un atentado islamista hecha por agencias de inteligencia americanas y europeas. Mientras el ISIS-K, de raíces afganas, levanta el dedo y confiesa ‘yo he sido’, Putin señala con el dedo a Ucrania sólo porque le conviene. La verdad es irrelevante.
Admitir que ha sido un atentado islamista es confesar un fallo de seguridad y un borrón para su imagen, forjada en los sótanos de la KGB, de guardián de la paz. Ha admitido a regañadientes la autoría mientras nos muestra arrogante a los detenidos torturados vinculándolos a Ucrania. Él sabe que el enemigo exterior fortalece al líder ante su pueblo. Sólo veo un inconveniente para el futuro glorioso de Putin y es que aunque todos los autócratas sueñan con ser eternos ninguno lo es. Me ha dado por pensar que si, contra todo pronóstico, hasta el puente de Baltimore se ha derrumbado tras un golpecito en el punto adecuado es que en materia de tiranos y dictadores no hay que perder la esperanza. Veremos.