Pedro Sánchez, tras su público desplome emocional, decidió continuar con más fuerza si cabe. Eso ha dicho. Nada que objetar a ese «punto y aparte» pero he de reconocer que me sorprendió. A bote pronto, decidió parar y reflexionar y así se nos mostró humano. Demasiado humano, diría Nietzsche. Su carta inicial me trajo el eco de esa canción de Patxi Andión que concluye con un rotundo: «Me está doliendo una pena… y me tengo que callar». Él no quiso callar y nos lo contó. A mí esa prueba de debilidad me pareció que podía fortalecerlo en lo personal pero tengo mis dudas de que lo hiciera en lo político.
Luego vino el tiempo de reflexión sólo posible desde la soledad y el silencio. Necesitaba ese tiempo en el que lo racional prevalecería sobre lo emocional. Ignoro si el aislamiento fue realmente posible. Desde el minuto uno todos vimos las incógnitas que se abrían si su decisión final era abandonar como su gesto presagiaba. Ningún escenario era bueno porque todos conllevaban contextos complejos para España. Para su partido el horizonte perfilaba un precipicio. Creo que los ciudadanos, salvo los más cafeteros, siguieron ocupados en sus cosas aunque atentos a la prensa, obligada a trasladarnos argumentos para la reflexión. Los que más aspavientos han hecho han sido los políticos profesionales a sueldo del apocalipsis.
Todos los barruntos que conseguían traspasar el recinto amurallado de Moncloa eran de inquietud. Así que tras el desahogo personal devino la valoración política. Un presidente está obligado a pensar más en los demás que en él mismo y eso es lo que finalmente creo que pesó en el ánimo de Pedro Sánchez. Su rectificación deja abiertas muchas incógnitas. Puede que esté más fuerte anímicamente pero sus adversarios lo ven hoy más vulnerable. Aunque eso lo dirá el tiempo y el rumbo que tome su forma de gobernar tras su reflexión. La ciudadanía está harta del pueril ‘y tú más’ y exige limpiar las miserias del estercolero. Si cree que sigue siendo útil a España puede y debe empeñarse en ello. Puede hasta cambiar él. Amordazar a alguno de sus voceros, compartir decisiones o hablar al ciudadano a menudo con claridad y cercanía.
Paul Auster, en el Libro de las ilusiones, recoge una frase de Chateaubriand que retomo hoy como homenaje y como reflexión: «Los momentos de crisis producen una vitalidad redoblada en los hombres». Auster ofrece su propia mirada y escribe «quizá: los hombres sólo empiezan a vivir plenamente cuando se ven entre la espada y la pared». Creo que Pedro Sánchez tras denunciar la insana situación política se situó entre la espada y la pared. Asumir su propio reto y fortalecer la democracia conlleva cambios para demostrar, desde el rigor y el respeto, que no todos son iguales. No hay mejor manera de lograrlo que predicar con el ejemplo.