Las pasadas elecciones europeas demostraron que los ‘gigantes invisibles’ del cuento de Bram Stoker, ya no se esconden sino que regresan amenazantes al País del Ocaso. Nadie los teme, sólo los viejos recuerdan lo que ocurría cuando gobernaron en tiempos siniestros. Los nuevos gigantes parecen simpáticos y le dicen al ciudadano lo que quiere escuchar. Se llaman defensores del pueblo y enemigos de la casta política, aunque sean millonarios o élites políticas transfiguradas. Son sagaces y muchos enfadados les abren las puertas de sus corazones y les dan su voto. La Europa de la democracia, la justicia social y la fraternidad construida tras la Segunda Guerra mundial está a punto de implosionar por la acción conjunta de estos gigantes disfrazados de ositos de peluche y ataviados con banderas. Quieren, desde los gobiernos de los estados miembros, convertirse en el ariete que derribe Europa desde dentro de sus propias instituciones.
Macron, sin calcular bien el alcance de sus errores, ha facilitado el triunfo del partido ultraderechista de Marine Le Pen en Francia. Sus amigos, -Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría, el nuevo gobierno de Países Bajos y algunos otros- la están esperando ansiosos deseando que arrase en la segunda vuelta. Todo esto significa que unirán sus fuerzas para modificar los principios fundacionales de la Unión Europea y que nuestros derechos se conviertan en un recuerdo. No olvidemos que los referentes políticos de todos estos líderes son Putin (que apoya expresamente a Le Pen) y Trump. Ninguno de ellos cree en la democracia. Trump puede ganar las próximas elecciones. El Tribunal Supremo de EEUU, hecho a su medida, acaba de regalarle una sentencia que le otorga inmunidad/impunidad por sus actos del pasado y por los del futuro si es reelegido. No duden que si el encausado hubiera sido Biden la sentencia sería distinta. Según las juezas que han disentido se avala a un “rey por encima de la ley”, lo que puede poner en riesgo la democracia. Hay quienes difunden que las democracias debilitan las naciones y los autoritarismos las fortalecen porque la libertad, mientras haya para tomar cañas, tampoco es para tanto.
En 1934, en la llamada ‘Década Infame’, Enrique Santos Discépolo escribió Cambalache. Entonces, como ahora, eran momentos difíciles para La Argentina. Casi un siglo después en el mundo, en EEUU y en España se fomenta el odio y se alientan las mismas recetas que hundieron Europa. «Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también… Pero que el siglo veinte (y el XXI) es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos». Esto cuenta el tango mientras los malvados gigantes regresan porque no tenemos remedio.