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El avistamiento

Fue escuchar a Puigdemont anunciar, con la solemnidad requerida, que había iniciado su regreso del exilio y tener claro que el espectáculo estaba asegurado. Si huyó por miedo a asumir sus responsabilidades, como hicieron los que se quedaron, su regreso auguraba una performance insultante. Los verdaderos exiliados, incluido Tarradellas, están que trinan con un personaje que deshonra su sufrimiento.

Su huida siempre me pareció una cobardía. Volver para decir que España es un estado autoritario y represor es indigno, ya lo diga Nacho Cano, Ayuso, Abascal o los independentistas todos ellos aquejados de síndrome supremacista. Según los seguidores del proclamador de efímeras repúblicas su regreso iba a ser histórico. Cuanto detesto a esos políticos que creen que sus actos escriben siempre páginas de la historia, aunque concedamos que la de Puigdemont ha sido una jerigonza inolvidable. No sé adónde le llevará su propio rencor pero su regreso se produce tras mendigar y obtener de ese estado represor una medida de gracia para sí mismo. Que los jueces se resistan a aplicar esa amnistía no lo hace más héroe sino más villano. Si fuera el político heroico que dice ser, él mismo se hubiera personado en el juzgado pero ha optado por huir de nuevo para ser reivindicado por los suyos, cada vez menos numerosos, como el mártir que nunca fue.

Ni ganó las elecciones ni hoy ha ganado adeptos, a la gente el circo le entretiene hasta que los problemas cotidianos impiden su proyecto vital. El recibimiento ha intentado evocar el simbólico regreso, tras la muerte del dictador y 38 años de verdadero exilio, del expresidente de la Generalitat, Josep Tarradellas. O yo vivo en mi propio exilio mental por creer que los homenajes no son para los cobardes o esto es un teatrillo. Así que el fugado volvió, fue aplaudido y tras ser avistado por los mossos, desapareció. Su nueva fuga es una burla y una cobardía añadida a su estrambótica trayectoria. Ha ridiculizado a las instituciones catalanas, especialmente a los Mossos d’Esquadra y ha pretendido un nuevo desafío. Aunque haya burlado a las fuerzas de seguridad que haya huido lo empequeñece. Un líder de verdad no echa una arenga y huye sino que se queda con su pueblo, sobre todo si sufre la represión que denuncia, y sin miedo comparte con ellos su destino. Pero Puigdemont no es Nelson Mandela. Como sólo los cobardes escapan, sus excentricidades terminarán minando su ya escasa credibilidad.

Incurrir en excesos es peligroso, quienes imaginaron su regreso como algo épico y grandioso han preparado algo bufo y vulgar, un esperpento. Puigdemont está al final de la escapada, es ya un problema para los suyos. Ya dijo Tarradellas que en política se puede hacer de todo menos el ridículo. Adiós al prófugo que confundió la mezquindad con la grandeza.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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