Muchos jóvenes españoles, uno de cada cuatro, no creen que la democracia sea la mejor forma de gobierno. Es más, igual porcentaje confiesa que en “algunas circunstancias” prefieren el autoritarismo. Esta es la tendencia que los institutos demoscópicos advierten en España desde hace tiempo. Por contra, quienes vivimos el final de la dictadura de Franco, muchos de los que la sufrieron toda su vida y cuantos lucharon por la democracia creemos lo contrario. Por eso, nos sale del alma decirles que viven en un inmenso error. Sabemos lo que cuesta conseguir las libertades básicas y hemos aprendido que derechos, largamente peleados por generaciones, pueden desaparecer como lágrimas en la lluvia del autoritarismo. Pero cuando se es joven se tiende a no escuchar las experiencias ajenas, a subestimar a los predecesores y a creer que la historia comienza con ellos. Resumiendo, que prefieren escarmentar en cabeza propia los reveses reiterados que nos da la vida. Sólo desde ese razonamiento puedo entender esta tendencia de pensamiento que crece entre los jóvenes y cuya semilla radica en la decepción que siempre tiene la juventud respecto al establishment. Pero entender no significa compartir ni tampoco obviar los riesgos que entraña añorar regímenes no democráticos.
En Turingia y Sajonia, estados de la antigua Alemania del Este, acaba de cosechar un gran éxito electoral Alternativa para Alemania (AfD). Se trata de un partido ultraconservador y populista que ensalza a las tétricas SS, cuerpo de élite de Hitler, en un país que sabe bien adónde le condujo el totalitarismo y que tiene prohibido ensalzar el nazismo. En Turingia el partido nazi obtuvo uno de sus primero éxitos. Me tiemblan las piernas y el alma al constatarlo. Si el enfado y la decepción es lo que lleva a confiar en líderes añorantes de un pasado tan cruel algo habrá que hacer más allá de advertir que el monstruo está en fase de resurrección.
El aroma de los años treinta seduce a muchas capas de la población y por extraño que parezca también a muchos colectivos que serían las primeras víctimas de esas políticas que alientan el odio y detestan la igualdad. Negarse a pactar con ellos haciendo alianzas entre el resto de fuerzas políticas es un remedio transitorio pero puede ser inútil en el futuro. Los extremismos de uno y otro lado son nocivos para la libertad y para el bienestar de la mayoría. Deslegitiman y utilizan la democracia para destruirla. La sensatez política debe alejarse de la bronca y el insulto porque ese es el cenagal que alimenta el populismo extremista y hastía al ciudadano olvidado. Debieran caminar por la calle para poder entender y combatir las causas por las que muchos ciudadanos desconfían de sus promesas y de la democracia hasta preferir ser devorados por el lobo del autoritarismo.