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La dignidad de Gisèle

Gisèle Pelicot, como dije la semana pasada, me recuerda a la ninfa Lara que, tras advertir a su hermana de la intención de Júpiter de violarla, fue castigada al silencio y a ser violada por Mercurio. Pero la dignidad de Gisèle, al advertirnos de los peligros que nos acechan en lo inesperado, exige de una valentía poco común. Ser violada reiteradamente por decenas de hombres mientras tu marido disfrutaba y grababa lo que hacían contigo sin tú saberlo ni consentirlo, ausente tras haber anulado tu voluntad mediante sumisión química es de una perversidad sádica. Gisèle ha sufrido una ignominia infinita. De pronto descubrió lo que estos violadores, sin escrúpulo alguno, hacían con su cuerpo con total desprecio a su persona. Fue sólo un trozo de carne sin voluntad con el que satisfacer sus deseos inconfesables.

            «Soy un violador, como todos los hombres acusados en esta sala», dijo Dominique Pelicot en el juicio. Imagino el sonido de estas palabras retumbando en la cabeza de Gisèle. El hombre al que había amado confesó lo que ella ignoró hasta que la policía lo descubrió. Los acusados claro que lo sabían aunque les importó un bledo hasta que los pillaron y les pusieron frente a su responsabilidad penal. La palabra cárcel acojona a los cobardes que a buen seguro habrán criticado a otros violadores o negado la violencia contra las mujeres entre risas. El monstruo nº 1 se defendió: «No nacemos perversos, nos convertimos en ello» y contó un supuesto episodio de abusos sexuales que sufrió siendo niño y una violación grupal a una discapacitada en la que participó a los 14 años. «Nunca he considerado a mi esposa como un objeto; aunque, los vídeos demuestran lo contrario». No nos engañemos, sus acciones no tienen justificación y su cinismo obedece a la estrategia de su defensa para tratar de rebajar la condena. En un gesto de infinita hipocresía ha llegado a pedirle perdón a Gisèle. Me parece incluso cruel esa actitud hacia ella. Me imagino a Gisèle, abriéndose camino entre el dolor, preguntándose: ¿se puede perdonar lo imperdonable?

            La otra bajeza la han protagonizado el resto de violadores. «¿No tendrías en realidad una vertiente exhibicionista que no quieres asumir?», le preguntó un abogado. La entereza de Gisèle es encomiable: «Tengo la impresión de que yo soy la culpable y que detrás de mí hay 50 víctimas». «Una violación es una violación». Seguramente los aplausos a su valentía retumban por todo el mundo. Las heroínas de los cómics y  películas recorren el universo con hazañas improbables. Pero las verdaderas heroínas, como Gisèle, se enfrentan a su infortunio con la fortaleza que les da su paz interior. Su dignidad serena conmueve y acrecienta la vileza de sus violadores. Gracias querida Gisèle, ¡ojalá nunca hubieras tenido que demostrar lo valiente que eres!

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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