La sensación de impotencia ante la furia de la última dana nos golpea el corazón. Ofrecer nuestra solidaridad es una obligación moral, por eso la ola de voluntarios resulta emocionante. Pienso en el desgarro emocional de quienes repentinamente han perdido a un ser querido. Es entonces cuando soy consciente de que es más fácil llevar comida, botas o escobas que llevar consuelo a esa larga noche que es pasar el duelo de la pérdida. Te pones en la piel de quienes han perdido cuánto tenían, te imaginas en la calle con lo puesto y comprendes su enfado, su indignación, su sensación de abandono.
En España cuando acontece una catástrofe surge una pléyade de buscadores de culpables que acongoja. No quiero unirme a ellos porque cada ciudadano es libre de sacar conclusiones. Creo, como el Rey, que los difusores de bulos están muy activos ocupados en intoxicar a conciencia para que nos ahoguemos entre el barro y el caos. Las tragedias debieran unirnos como país, pero ya aprendimos que si eso no ocurrió durante el Covid no ocurrirá ahora, salvo que asimilemos que por encima de todo están la solidaridad y la tolerancia entre compatriotas más allá de cualquier diferencia ideológica o social. Eso es lo que llamamos convivencia, ese es el pilar del Estado.
Ante cualquier catástrofe necesitamos servicios públicos especializados, bien dotados de medios y dirigidos por profesionales en emergencias y seguridad. Militares, guardiaciviles, policías, bomberos, Protección Civil, la UME y cuantos integran esos servicios de emergencia son nuestra salvaguarda y es mejor tomárnoslos en serio. Para pagarlos, formarlos y equiparlos adecuadamente están los presupuestos del estado, de las comunidades y de los ayuntamientos. Todos son Estado, su suma es España.
En nuestra Constitución se optó por una descentralización que permite administrar los recursos desde la proximidad y el conocimiento del territorio. Asumir competencias por las Comunidades Autónomas no significa que al obtenerlas todo se reduzca a poner a algún amigo a gestionarlas en vez de designar a gente con la preparación adecuada para que sean eficaces. ¿Podemos poner incompetentes a gestionar competencias? Si el estado autonómico se ha demostrado frágil a lo mejor hay que plantearse algunos cambios que refuercen los mecanismos de coordinación más allá de quien gobierne en cada estamento. Llevamos tiempo caminando por un sendero demasiado peligroso y si la forma de hacer política no cambia vamos a otro desastre. Crece la antipolítica porque canaliza el descontento y encauza la indignación aunque no ofrezca soluciones. El eterno mal de España es el enfrentamiento inútil y la falta de consenso ante temas de estado. Las alertas hace tiempo que nos llegaron y les juro que han roto la paciencia de los ciudadanos. ¡Ya vale!