En España fascinan los debates transcendentes. Comenzamos el año enciscados en un asunto clave para el futuro de la humanidad. Nos comimos las uvas y en la amanecida nos advirtieron de que, en la 1 de RTVE, se había cometido una ofensa, un ultraje, una humillación y una burla a los sentimientos religiosos cuando la cómica Lalachus exhibió una estampita de la vaquita del Grand Prix ataviada como el Sagrado Corazón de Jesús. ¡Un escándalo!, gritan rasgándose las vestiduras legiones de hipócritas que no han dicho ni mu (nunca mejor dicho) sobre los bombardeos masivos contra población civil en la Palestina en la que nació Jesús. ¡Menos mal que nació hace dos mil años!, hoy estarían María y José intentando salvar de las bombas al recién nacido.
Es increíble que quienes instigan procesos inquisitoriales contra Lalachus se escandalizan de que Netanyahu haya sido denunciado ante el Tribunal Penal Internacional por crímenes de guerra y contra la humanidad. Hazte Oír, Abogados Cristianos, VOX y algún otro están que trinan y lideran una campaña que convierte algo inocente en un drama nacional. El propio presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, tan silencioso en sonados escándalos y tan ajeno al dolor de tantas víctimas olvidadas por la Iglesia, se declaró abatido por esta supuesta burla. Este teatrillo de ofendidos ha dado lugar a una avalancha de insultos contra ‘la gorda infame’ que no sólo destilan mala baba sino odio e intolerancia. Es el signo de los tiempos. ¿Es ese ruido el que está ganando la batalla de la opinión pública? Creo que sí. Tenemos las redes sociales colapsadas de insultos contra Lalachus para conseguir que esa opinión parezca mayoritaria. Y cuela, claro que cuela, porque disentir de una aparente mayoría es siempre sospechoso para los guardianes de la moral. ¿De qué moral?: de la que interesa a quien controla el algoritmo de la red social.
Elon Musk compró Twitter (hoy X) para permitir la circulación de bulos, mentiras y opiniones favorables a sus intereses. Estos días, otro de los magnates de las redes sociales, Mark Zuckerberg, dueño de Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp y Messenger), tras rendir pleitesía al emperador Trump, ha anunciado que sigue el camino de Musk y elimina la verificación de datos. Así que bulos, falsedades, insultos racistas, homófobos y todo tipo de basura circularán sin limitación alguna por sus redes y el algoritmo nos los mostrará dando preferencia a su visualización. ¡Abajo la censura!¡Viva la libertad… de mentir! Así lo ha proclamado Zuckerberg luciendo un reloj de casi un millón de euros. Mientras nos despista con su peluco obviamos que llega un tiempo en el que nuestras mentes serán colonizadas por el algoritmo del Imperio de Trump. Como en Star Wars es el triunfo del reverso tenebroso de la Fuerza.