Dante, en la Divina Comedia, cuando llega con el poeta Virgilio a los límites del Infierno lee con temor y pena en el dintel de la puerta: «Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor… ¡Vosotros los que aquí entráis, abandonad toda esperanza!». La población civil de Gaza lleva quince meses viviendo sin esperanza en medio de un infierno sin final, a él no llegó por voluntad propia, la empujaron. En un cementerio ha quedado convertida la franja de Gaza durante la guerra entre Hamás y Netanyahu. La esperanza de cerrar el inmenso ataúd tras los continuos fracasos negociadores era (es) una quimera.
Los inconfesables motivos de quienes promovieron la guerra son todavía una incógnita para las víctimas directas de su odio y su soberbia. Por su parte, la comunidad internacional se mantiene dividida y entretenida discutiendo quien tenía más o menos razones para no ceder. La desproporción del daño causado en Gaza es evidente, pero el dolor propio no se alivia con el dolor ajeno. Ese es el drama de la vida y de la guerra.
Tras quince meses de destrucción insoportable y un balance estremecedor (46.700 gazatíes y 2.000 israelíes muertos) dicen que se ha llegado a un acuerdo de alto el fuego. Comprendo la inmensa alegría de las familias de los rehenes que serán poco a poco liberados y la sensación de alivio entre la población de Gaza masacrada y agotada de vivir tanto sufrimiento después de enterrar a tantísimos muertos. A bombo y platillo se ha anunciado al mundo entero un acuerdo en el que han participado EEUU (administración saliente y entrante), Qatar y Egipto. Confieso que sentí, como la mayoría, algo de alivio. Los muertos no resucitan pero, al menos, no morirán más, pensé. Unas horas más tarde, cuando esto escribo, tengo la extraña sensación de que el infierno sigue ardiente y las esperanzas rotas.
Mientras Biden luce la medalla del éxito de su gestión pasada y Trump el medallón del triunfo de sus amenazas futuras, mientras Hamás y Netanyahu mienten como hipócritas afirmando haber conseguido sus respectivos objetivos y mientras ambos sepultureros calculan cómo explicar a los suyos lo conveniente de llegar ahora a un acuerdo pospuesto durante meses, las noticias que llegan, duelen. Los bombardeos sobre Gaza prosiguen y los difuntos crecen. Netanyahu tiene que explicar muchas cosas sobre la masacre de la población civil pero Hamás también. Con la mano en el corazón y la historia reciente en la cabeza confieso que siento una inmensa desesperanza. Si, como Dante hace siglos, alguien se pregunta cómo es el averno sólo tiene que mirar a Gaza y concluirá que, en los infiernos, sólo se fraguan espadas inflamadas por la desesperación y el odio al enemigo eterno. ¡Abandonad toda esperanza!, ese es el único documento rubricado hoy en este infierno.