El chulo del barrio ha tenido que bajarse los pantalones después de reírse del mundo afirmando que todos los países le besaban el culo pidiendo clemencia por sus salvajes aranceles y demás tropelías que planifica desde que habita la Casa Blanca. Todos los ciudadanos del mundo entendimos la sutil metáfora de este ignorante soberbio. Comprendimos la humillación y sentimos la repugnancia que produce el insulto descarnado de quien cree que sólo si te arrodillas ante él serás un poco menos miserable a sus ojos. Este es el nivel del discurso político de quien se sueña como emperador del mundo, este nuevo Nerón que hace su santa voluntad creyéndose el supermán del universo. Un día, Trump apareció con su pizarrón y anunció aranceles a diestro y siniestro. Dijo que había llegado “El Día de la Liberación” y, efectivamente, ese día EEUU se liberó de la confianza del mundo entero. Pero de la desconfianza nace la incertidumbre y eso en economía huele a recesión y a pobreza.
A horas de entrar en vigor sus salvajes aranceles, utilizando su propia jerga, Trump se la envainó. La rectificación ha demostrado su propia debilidad. Ya sabemos que a Trump ni las leyes ni los tribunales lo van a frenar en sus políticas paranoicas plagadas de crueldad hacia los más débiles. Pero, como Trump está en política para forrarse con los ultramillonarios que le han financiado, reculó.
Días antes, Bill Ackman, un gran inversor que le apoyó, pidió un “tiempo muerto”, pausar 90 días los aranceles porque de lo contrario se avecinaba un “invierno económico nuclear”, se estaba destruyendo la confianza en EEUU y ello podía paralizar la inversión empresarial y hacer que los consumidores cerraran sus carteras. El mercado de bonos del Tesoro disparó las alarmas, no olvidar que China es uno de los grandes tenedores de deuda norteamericana. La sombra de la recesión inquieta a la gente corriente pero aterra a su corte de los milagros, por eso lo han parado.
Trump me ha recordado a Charlton Heston en el papel de Moisés en la célebre película de Cecil B. DeMille, Los Diez Mandamientos. Tras bajar del monte Sinaí, con aspecto envejecido, rompe las tablas de la Ley al ver a su pueblo adorando al Becerro de Oro. Trump mostró las tablas de sus aranceles salvajes y a los pocos días se asustó. En un gesto menos heroico que Moisés, se bajó los pantalones y justificó tan innoble acción por su generosa clemencia. Los de siempre han vuelto a forrarse mientras nuestros productores y empresarios tiemblan ante las intemperancias de Nerón. La incertidumbre continúa y Europa sólo será fuerte si está unida. Si el presidente de Hungría prefiere servir a Trump y no a los suyos puede irse de una UE que hoy más que nunca debe ser autónoma y firme. Sólo la criptonita de la unidad puede vencer a este patético supermán.