Sobre esta España nuestra se divisa una nube negra, es el eterno retorno de la corrupción. Repugna comprobar el regreso de los sinvergüenzas. Algunos llegaron a lo más alto fingiéndose portavoces de la honestidad pública. Los lobos que parecen ovejas son los peores. Ver entrar a Santos Cerdán en la misma prisión que antes acogió a Bárcenas, Rato, Granados… es demoledor. Le va a costar al PSOE levantar cabeza tras la bofetada. Ya lo he dicho pero lo repito. Menuda tropa en el corazón de un partido histórico y menuda puñalada a la confianza de sus votantes.
Enternecen las palabras de la vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz, asegurando rotunda que la corrupción cero existe. Discrepo porque la historia nos enseña que no es así. En España hubo un tiempo que la que fue un engranaje del sistema. Durante la dictadura franquista, la corrupción engrasaba el régimen y se toleraba gracias a una red de intereses mutuos. Todo el mundo la conocía pero nadie la denunciaba, salvo cuando desde lo más alto se quería prescindir de alguien en la esfera del poder. Entonces ocurría como en la película Casablanca, el capitán Renault cierra el casino, tras cobrar su comisión y exclama: ¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se juega! Pues eso, alguien caía y otro obtenía sus prebendas.
Al llegar la democracia creímos que se haría borrón y cuenta nueva. Imaginábamos que la honradez sería el atributo de todos los gobernantes, suponíamos que a los altos cargos sólo llegaban los mejores. Pura inocencia. Nada es como se sueña y menos en los aledaños del poder. Cincuenta años después, hemos aprendido que la corrupción es la termita que mina la democracia. Tras tanta corrupción, de tantos colores y gobiernos como hemos soportado, creíamos vivir en un tiempo nuevo, pero el ser humano es corruptible. Siempre he creído que sólo es honrado e íntegro quien ha tenido ocasión de dejar de serlo. Hoy sabemos que Koldo, con un currículum que perturba; Ábalos, con un tren de vida que sonroja y por supuesto, el impostor Cerdán jamás de los jamases debieron ser nombrados para tan altos cargos. Todo les pareció poco así que se lucraron por pura avaricia. Lo que han hecho es imperdonable.
El ingreso en prisión de Cerdán es un torpedo en la línea de flotación del frágil gobierno de Sánchez. Él valorará lo que debe hacer pero creo que cambiar nombres en la ejecutiva del PSOE es demasiado poco para ganar credibilidad. La gente de izquierdas espera una catarsis para volver a confiar. El daño es enorme y la decepción infinita. Si los militantes están desolados, los votantes están indignados. La investigación judicial augura un calvario diario, un goteo de sonrojos cotidianos difícil de resistir para un gobierno. ¡Ojalá no haya habido financiación irregular! En tal caso sólo habría un camino.