En este mundo desesperanzado en que vivimos el futuro es un tiempo de escenarios y retos impensados hace sólo unos años. Caminamos hacia un tiempo imprevisible, un tiempo de incertidumbre. Así ha ocurrido siempre que los hombres y mujeres que forman eso que llamamos humanidad se hacen preguntas sin llegar tan siquiera a atisbar las respuestas. La Navidad es una tregua repleta de espumillón y mazapán en la que eludimos la realidad y olvidamos el dolor y la muerte que hay tan cerca de nosotros. En estos días de excesos nos dejamos llevar por la torrentera de la costumbre y cerramos los ojos a todo lo demás. Es la Navidad un tiempo propenso a contar cosas que nos ayuden a transitar entre polvorones y langostinos.
Esta historia sí merece ser recordada. En 1914, cuando la Gran Guerra llevaba tan sólo unos meses de los cuatro terribles años que duraría, llegó Navidad. En los Campos de Flandes, los soldados, que habían estado matándose entre sí por decenas de miles, sintieron nostalgia de sus familias, de sus costumbres y del abrazo de los suyos. Unos y otros vivían en trincheras enfangadas. Todos malvivían entre la suciedad y las botas hundidas en el barro sorteando el frío y el hambre, con la cabeza baja para evitar el tiro mortal de un enemigo al que sólo imaginaban pero no veían, pese a estar a pocos metros los unos de los otros. De pronto, se oyeron villancicos en alemán y en inglés. Diremos que la nostalgia recorría las trincheras con igual intensidad. Los soldados cruzaron mensajes de no dispararse y comenzaron a salir de los lodazales. Una tregua espontánea hizo que los combatientes se vieran como lo que eran, hombres que querían vivir con los suyos. La curiosidad quedó saciada, todos eran iguales, con vidas anteriores semejantes e inquietudes gemelas. Les dijeron que la guerra sería corta, les dijeron que en Navidad estarían en casa. Murieron millones y millones de personas y los que sobrevivieron ya nunca fueron los mismos. La tregua no se repitió, las guerras no son para confraternizar pensaron los altos mandos.
El 24 de febrero de 2022, Putin invadió Ucrania y anunció una operación que duraría unas semanas. Va camino de los cuatro años, como la Gran Guerra, y a los europeos ya se nos va olvidando la agresión. Putin tiene el apoyo inconfesado de Trump, ese príncipe de la paz cuyas paces duran menos que un polvorón en la mesa de Navidad, como ha ocurrido con el incumplido acuerdo de paz de Gaza. Netanyahu, su protegido, mata cuando le da la gana. Mientras, Europa bosteza entre millones de luces que iluminan su hipócrita indiferencia. La Navidad está llena de cuentos en los que para muchos las noches ni son ni fueron de paz. Cuando se apaguen las luces, continuará el desafío. Ya dijo el poeta, hoy es siempre todavía… porque mañana será tarde.