Cierto que la picaresca no es exclusiva de España pero hemos de reconocer que es una disciplina en la que tenemos liderazgo, antigüedad, oficio y solera. Si el autor del Lazarillo de Tormes fuera contemporáneo nuestro nos divertiría a diario con una jugosa historia y nos la contaría en televisión en horario de máxima audiencia.
El caso de los padres de Nadia Nerea, la niña de 11 años afectada por una enfermedad genética rara, no es el más grave ni el más escandaloso de los engaños que hemos padecido pero nos enseña muchas cosas. No hablamos de gente de elevadas cualidades morales sino de unos vividores que pescan en tiempos revueltos pero que han sido muy hábiles explotando las debilidades de nuestra carcomida sociedad. No han obligado a mendigar a su hija, porque es un delito tipificado en nuestro código penal sino que han explotado la enfermedad de su hija del modo más fácil que existe actualmente para llegar a mucha gente y sorprenderles en su buena fe: la tele y la prensa. Ellos sabían y nosotros ahora que sin esa ayuda indirecta, aunque no cómplice, de los medios de comunicación, Fernando Blanco y su esposa no hubieran conseguido una cifra tan abultada de donaciones. Ahora se descubre el engaño aunque pudo acreditarse, hace tiempo, que tenían condenas y antecedentes delictivos.
Esta experiencia nos ha enseñado que es necesario recuperar los principios tradicionales de la prensa, el primero el de comprobar la veracidad de lo que se cuenta. Si los donantes han sido estafados la prensa también y por ende, sus lectores. La colaboración acrítica de la prensa ha puesto en entredicho su credibilidad. Desde que estalló el escándalo de la investigación contra el padre (o supuesto padre) de Nadia, es la propia prensa la que ha puesto pies en pared y ha decidido dar luz sobre los espacios oscuros de la versión de Fernando Blanco. Yo reconozco que no había seguido este caso con igual interés que otros, aunque me ha sorprendido que no hubiera médicos verificando la enfermedad, que nadie sepa en qué hospital de Houston fue tratada y mucho menos la identidad de los especialistas afganos escondidos en remotas cuevas en las que veo improbable la existencia incluso de probetas para investigar.
Creo que la prensa está obligada a realizar un profundo examen de conciencia. Las redes sociales están repletas de bulos que se difunden profusamente como verdades cuando es fácil comprobar que muchos son ingentes mentiras. Pero cuando los medios difunden una noticia o realizan un reportaje el lector, oyente o televidente, aunque no comparta el enfoque, sobreentiende la certeza de los hechos porque se supone que un periodista, igual que un historiador, no afirma algo que previamente no ha verificado. Esa es su esencia, por eso, es evidente que el resbalón ha sido notable y reconocerlo es la única forma de evitarlo en el futuro.
Es claro que en este caso hay varias víctimas evidentes. La primera es, indiscutiblemente, la niña que ha sido utilizada como una mercancía para conseguir dinero invocando la lástima, la caridad y la solidaridad al mismo tiempo. Los otros damnificados son los que han hecho de sus donaciones con la mejor intención, los que han creído la historia y, por último, la prensa que ha tropezado en la enorme piedra de la ingenuidad y la desidia al no haber comprobado los hechos y los antecedentes delictivos, totalmente probados, del supuesto padre de Nadia. Lo mejor sería que a partir de ahora las donaciones para investigación se canalicen a través de organizaciones de comprobada honestidad o de los propios hospitales públicos. Rodeados de pícaros como estamos mucho me temo que ahora acaben linchando a este hombre. Está claro que es un sinvergüenza pero su sacrificio en la plaza pública, puede servir para lavar la conciencia de quienes fueron benevolentes con otros mucho peores que quebraron nuestro sistema financiero y que pueden irse de rositas tras habernos saqueado y estafado a todos los españoles. El tiempo lo dirá.