Si un mendigo lograra entrar en la embajada de España en Londres durante una celebración, todos los invitados se apartarían del intruso exhibiendo un gesto de asco y una mueca de temor al contagio de cualquier desventura o al robo de la cartera. Todos darían por supuesto que el indigente había labrado su propia desgracia eligiendo la pobreza como quien hace oposiciones al cuerpo diplomático, es decir, con constancia en la búsqueda de su propio futuro. Sin embargo, la entrada en el salón del embajador plenipotenciario, Federico Trillo, estaría acompañada de sonrisas y aplausos, seguramente hipócritas, aunque todos se sentirían satisfechos de compartir el tiempo de la historia con el invicto conquistador de Perejil. Algunos dirán que es un hombre de honor pero todos sabemos que ascendió tras prestar buenos servicios en las cloacas corruptas del caso Gürtel y en las subcontratación fraudulenta de aviones como el Yak-42, algo que ha ratificado el Consejo de Estado una barbaridad de años después.
Nadie puede olvidar que la mayor hazaña del exministro Federico Trillo fue la toma de la isla Perejil, que había sido invadida por seis soldados de infantería de la Marina marroquí. Según Trillo, el 17 de agosto de 2002: “Al alba y con tiempo duro de levante…” tres helicópteros Coughar y dos Bolkov llegaron a la isla de Perejil con el objetivo de colocar la bandera en lo más alto y devolver a los seis marroquíes a la frontera con Ceuta. Las órdenes de la operación, denominada en clave «Romeo Sierra», emanaron del gabinete de crisis, integrado por el presidente José María Aznar, los vicepresidentes Mariano Rajoy y Rodrigo Rato, la ministra de Exteriores, Ana Palacio, el ministro del Interior, Ángel Acebes y, por supuesto, nuestro héroe, famoso por su “manda huevos”, Federico Trillo.
Si con esta proeza transitó entre el ridículo de la historia y la parodia épica con la siguiente escribió, con sangre ajena, un episodio repleto de mentiras que pasará a los anales de la infamia y de la cobardía. El 26 de mayo de 2003 un Yak-42 se estrelló en Turquía y en la catástrofe que, a juicio de los tribunales y ahora del Consejo de Estado pudo evitarse, murieron 75 personas (62 militares españoles, que regresaban a España tras una misión en Afganistán y 12 tripulantes). Trillo derivó en los militares la responsabilidad, él la eludió, encubierto por sus compañeros y por Rajoy. Espero que este episodio les persiga a todos como una sombra ensangrentada. Vistas las declaraciones del presidente del gobierno es evidente que a ninguno de ellos estas muertes les duelen en la conciencia. Rajoy alega que todo ocurrió hace muchos años, precisamente los mismos que llevan los familiares de las víctimas esperando que les pidan perdón por su negligencia, por sus mentiras, por la humillación, por su dolor y por haber profanado con su prepotencia la memoria de sus muertos.
La apresurada e irresponsable identificación de víctimas o el precipitado funeral para acallar a la opinión pública se vislumbran como un clamorosa negligencia que intentó tapar otras miserias y que no puede esconderse en el olvido. Al final todo lo que se cierra en falso regresa y lo hace con más fuerza porque sabiendo que las muertes pudieron evitarse, se acrecienta el peso de la ofensa. Dicen que el gobierno va a relevar a Federico Trillo, como al resto de embajadores, porque toca. Él dice que no le echan que vuelve a España porque quiere. Es decir, que de nuevo las mentiras regresan. Ni se reconocen errores, por trágicos y palmarios que sean, ni se piden disculpas ni se cesa fulminantemente a quien no se debió premiar con tan lujoso retiro. Si miramos detrás de tanta hipocresía y entramos en la embajada siguiendo al mendigo podríamos escuchar cómo, antes de ser expulsado en nombre de la patria, le dice al embajador Trillo:
-Si yo tuviera la misma catadura moral que usted, es posible que el embajador fuera yo.
Ser o no ser decente, ser o no ser un pícaro, esa es casi siempre la cuestión.