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Entre visillos

Huérfanos

Desde que Rajoy quedó instalado en la Moncloa en octubre de 2016 una ola de desaliento invadió a más de 10 millones de votantes de izquierda en este país. Estos últimos meses nadie ha devuelto a tanta gente defraudada ni una chispa de esperanza. La izquierda española es hoy como un campo minado, cualquier paso en falso puede hacer estallar un incendio. Los votantes contemplan atónitos el  espectáculo.
           En las últimas elecciones muchos depositaron sus esperanzas en una nueva organización, Podemos, que emergió con fuerza encauzando toda la indignación que la crisis económica había generado. Su análisis de las causas de la desgarradora situación que estaban viviendo muchas personas en España, la aparente espontaneidad de su discurso y la fuerza con la que un grupo de jóvenes ponía el dedo en la llaga de las contradicciones de los partidos tradicionales los llevó al Parlamento europeo y después al de España. Su transformación en un partido, aunque ellos se proclaman un movimiento social, ha chocado contra la tozuda realidad. Hacer política no es fácil, nunca lo ha sido. Hoy es un oficio muy desprestigiado por la propia clase política pero lograr la sintonía y la complicidad de un amplio espectro social es un reto más complicado de lo que algunos creían.
           La piedra en la que ha tropezado Podemos es la misma en la que suelen hacerlo todos: las disputas internas. La izquierda es especialista en este deporte. Siempre consiguen que de la pelea que se libra en su seno se entere todo el vecindario. En eso están ahora en Podemos. Iglesias y los suyos creen que hay que dar miedo a las élites y para ello el campo principal de actuación ha de ser movilizar a la calle. Errejón opina que la base social de un partido tan plural sólo puede crecer ampliando los sectores a los que se dirige, sin olvidar la política institucional puesto que ahora sus votantes los han colocado en los parlamentos. Aunque las luchas internas siempre son por el poder, si no superan las diferencias pueden terminar por diluirse como un azucarillo en su propio caldo y convertirse en un partido residual. Mantener a la calle en constante tensión, como si se fuese a tomar la Bastilla cada mañana, se me antoja un objetivo bastante complicado en un país que ha soportado grandes sacrificios y recortes de derechos y, sin embargo, ha vuelto a confiar y a votar a aquellos que se los impusieron.
            El PSOE por su parte lleva tiempo alimentado la hoguera de la autodestrucción. Demasiado tiempo echando leña al fuego, por eso, pierde militantes, pierde credibilidad y pierde el afecto de su base electoral que se siente abandonada a su suerte. Pese a que queda más amargura que ilusión, muchos votantes fieles siguen esperando un milagro. El PSOE es un partido con demasiada historia para perecer por las ambiciones personales de unos dirigentes que solo sueñan con permanecer en sus cargos porque han hecho de la militancia un oficio y no una forma de contribuir a transformar la sociedad. El resultado es que, dedicados a anular a los adversarios en agrupaciones y comités, a conseguir fieles y mudos seguidores, en vez de a alumbrar ideas y regenerar instituciones han convertido una organización clave en la historia de España en un partido fracturado que ha abandonado a sus votantes.  Parece que va a haber primarias, Susana Díaz se prepara pese a que se ha quemado en la batalla interna. Pedro Sánchez se lo está pensando tras comprobar cómo su estado mayor, es decir, los mismos que le aconsejaron tan rematadamente mal y que lo empujaron al suicidio político se organizan ahora en torno a Patxi López, otro de sus antiguos “aconsejantes”. En fin, ya se sabe que las traiciones son habituales en política, hay especialistas que siempre flotan tras el naufragio. Veremos si se obra el milagro y alguien con fuerza emerge de las tinieblas.
           Confieso una inmensa tristeza. Contemplo el panorama y veo a la derecha asentada en el poder mientras la izquierda se afana en empujar a los suyos al desaliento y los deja huérfanos de esperanza.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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