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Entre visillos

El año que matamos a Bin Laden

Termina el año en que Bin Laden, el inspirador del atentado más sanguinario de la historia, cayó ejecutado a manos de las fuerzas especiales de los EEUU. Ya casi no nos acordamos, así es este mundo en el que vivimos. Las urgencias de hoy ocultan las prioridades de ayer. No hay duda de que fue una acción rápida y eficaz aunque muy alejada de la ejemplaridad moral exigible a “los buenos”, nadie llora la muerte de un asesino pero la venganza fue bendecida con nuestro silencio.  Por eso, este año en que prescindimos de Bin Laden, cabe preguntarse en voz alta si vamos a ser capaces de regenerar la grandeza del cuerpo ideológico que la aprobación de la Carta universal de los derechos del Hombre, tras la segunda guerra mundial, supuso para el progreso de la humanidad.

Hace tiempo que no reflexionamos sobre principios porque la ausencia de ellos parece haber penetrado hasta la médula de nuestra organización social. Recordemos que 2011 se inició con el manifiesto de Stéphane Hessel predicando la santa indignación. Sus palabras promovían una forma de rebelión contra el continuo aplastamiento de nuestros derechos perpetrado por las viejas fuerzas del capital que, tengan el rostro que tengan y se llamen como se llamen, son el lado oscuro que siempre ha dominado el mundo desde el origen de los tiempos. Son nuevas formas de totalitarismo que buscan nuestra sumisión y por eso es necesario atacarlas con la misma energía que sus contemporáneos combatieron el nazismo o el stalinismo. No deja de sorprender que en esta sociedad, tan proclive a ensalzar la frivolidad, hayan sido dos nonagenarios, Stéphane Hessel y José Luis Sampedro, los que hayan iluminado con sus discursos el camino a una nueva generación de resistentes.

Sin embargo, antes de que las calles europeas se llenaran de indignados, los jóvenes tunecinos se ocuparon de derrocar la cleptocracia que los gobernaba ante la perplejidad de Europa. Con algo más de resistencia, cayó Mubarak y para acabar con el excéntrico Gadafi fue necesaria una guerra con apoyo occidental. No hay que olvidar la revolución yemení, las protestas en Jordania, Argelia, Marruecos y la terrible situación de Siria, cuyo tirano no se da por vencido ante la vergonzante actitud de Occidente. Al terminar 2011, la enorme esperanza que estos movimientos generaron se ha tornado en creciente decepción. En Egipto y en Libia se aplica la sharía, la ley islámica, como principio rector del cuerpo legal de los nacientes estados salidos de la fuerza de la revolución y muchos nos preguntamos ahora si no será peor el remedio que la enfermedad. El tiempo lo dirá.

En España, el año 2011 va a terminar con la impronunciable cifra de cinco millones de parados, no es de extrañar que el pesimismo sea la nota dominante hoy por hoy en la sociedad española. Los jóvenes más formados se apresuran a salir de España,  avocados al subempleo no es de extrañar que cojan sus títulos y sus másteres y emigren, como un día lo hicieron sus abuelos. Los que peinan canas y han perdido su empleo tienen todavía peor futuro y los abuelos acogen a hijos y nietos bajo el paraguas de su exigua jubilación. Ante este panorama la corrupción pública comienza a resultar intolerable tras haber sido consentida por quienes eran encargados de combatirla. Hasta el Rey, se ha visto obligado a proclamar lo obvio: que todos somos iguales ante la ley.  ¡Ojalá que así sea! Se vuelve a hablar de la honradez, la honestidad y el esfuerzo como valores que deben fomentarse en esta sociedad, al fin y al cabo estos son los principios que inspiraron el quehacer de nuestros padres y abuelos, porque ellos otorgan la dignidad que no procura el ejercicio de la delincuencia de guante blanco por mucha opulencia que proporcione. Ya lo decía mi abuela: pobres pero honrados, que más vale honra sin barcos que barcos sin honra. En fin, lancémonos al polvorón y al cava y brindemos porque 2012 nos haga olvidar para siempre a su antecesor.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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