Esto días ángeles y demonios sobrevuelan por entre los muros del Vaticano, sus calles, hospederías y conventos. Los representantes imaginarios del bien y el mal están más agitados que nunca quizás porque a cada uno de ellos les gusta desarrollar su delicado trabajo lejos de los ojos fiscalizadores del común de los mortales. Cuando acudimos como turistas a contemplar la grandeza vaticana nunca los hemos visto bajo el techo de la capilla Sixtina o en el deambulatorio de la basílica de San Pedro pero probablemente ellos siempre estuvieron allí, incluso antes de que Lutero se escandalizara de la forma de vida de la curia romana. Si todas las comunidades humanas sucumben inevitablemente a la pasión de las intrigas que conducen al poder, podemos afirmar que en Roma los vericuetos que apuntan hacia él han sido siempre objeto de incontables leyendas. Estos días las aguas del engaño bajan revueltas y el cabeza de turco tiene nombre mitad de apóstol y mitad de arcángel, se llama Paolo Gabriele y es en realidad el mayordomo del papa.
Horas después de que el presidente del Banco Vaticano fuera destituido bajo la alargada sombra de la sospecha del blanqueo de dinero, el mayordomo papal era detenido acusado de estar filtrando información sensible de la iglesia católica. Unos creen que Gabriele sólo trataba de proteger al papa Benedicto XVI rodeado por una bandada de cuervos que, cómo buenas aves de rapiña, sólo tratan de acabar con él. Las especulaciones se han disparado más que la prima de riesgo, que ya es decir. Unos dicen que el mayordomo no actúa solo y que son muchos los que quieren denunciar la corrupción vaticana y proteger al pontífice y por ello hablan incluso de un complot para acabar con su vida. Otros afirman que al que quieren destruir es al secretario de estado vaticano el cardenal Tarsicio Bertone. Es decir, que incluso en el Vaticano, que representa teóricamente la obra de Dios, el cúmulo de inmundicia es tan elevado como para dudar de si estamos en el cielo o en el infierno o si finalmente el bien ha sucumbido ante el innegable atractivo del mal. El asunto puede ser un temazo para inspirar variadas novelas de espías, corrupciones morales y económicas, ambiciones personales y un largo elenco de pecados mortales de difícil absolución. Pues nada, señores, que así están las cosas alrededor del anciano Benedicto XVI. Como siempre corrupción e intrigas para hacerse con el poder, cabe preguntarse qué pensaría Jesucristo si resucitase de nuevo al calor de la noche romana. Como ven ustedes nada ha cambiado desde el origen de los tiempos: el poder, siempre el poder.
Pese a todo me atrevo a contarles el final de esta historia que se está tejiendo en Roma. La conclusión es sencilla: jamás sabremos la verdad de lo ocurrido, como jamás supimos como murió Juan Pablo I. Cíclicamente unos encubren a otros con un manto de complicidad para que todos ellos sobrevivan a sus propias intrigas. Hoy por hoy, aseguro que de este capítulo de la larga historia vaticana los ciudadanos conoceremos lo mismo que vamos a saber los españoles sobre cómo Bankia ha llegado a necesitar 23.000 millones de euros (unos 4 billones de las antiguas pesetas) sin que nadie nos diga la verdad sobre la acumulación de activos tóxicos en sus cuentas plagadas de trampas contables y de grandiosas mentiras y gobernada, en sus diferentes escalones, por una pandilla de irresponsables, corruptos e incompetentes a los que sólo preocupa blindar sus despidos aun después de haber quebrado la entidad financiera.
En fin, señores, el cuento de siempre y la única verdad es también imperecedera, no es posible servir a dos señores al mismo tiempo: a dios y al diablo, a la verdad y a la ambición, al incauto cliente y a la codicia. Que nadie se extrañe al notar que el estiércol nos llega al cuello.