¡Viva la Constitución!
Va todo tan rápido que cuando llegan los cambios nos quedamos boquiabiertos por no haberlos intuido. No solo nos asombran las innovaciones tecnológicas sino también las transformaciones que producen. Se están trastocando las formas de relación laboral, se está normalizando el subempleo y extendiendo la desigualdad y la pobreza. Se están fortaleciendo las grandes corporaciones, menoscabando el poder de los gobiernos y, en definitiva, alejando del ciudadano los centros de decisión política. Un cambio silencioso de las reglas de juego. Ya no se disimula quien tiene el poder y, por tanto, se deshumanizan las medidas que se adoptan en nuestro teórico beneficio.
Si analizamos este periodo de bruscas transformaciones concluiremos que hay dos víctimas evidentes: los de siempre, que para eso vivimos en el sótano y en el semisótano social, y la democracia. La fragilidad de nuestros sistemas y de nuestras propias vidas es tal que un soplo de viento puede destruirlo todo. La incertidumbre alimenta los miedos e impulsa fenómenos preocupantes. El viento helado sopla fuerte desde EEUU hasta Europa. Trump, es el dios Eolo que bufa vendavales alentando el autoritarismo. El mundo esta viviendo un proceso gradual de regresión democrática, se está normalizando la involución sin reparar en lo que ello conlleva. Volvemos al esquema de los años treinta. La moda es exigir testosterona en las decisiones, reclamar mano dura contra cualquier cosa que no nos gusta personalmente olvidando que en democracia hay derechos inalienables que, aunque nos molesten, pueden ser ejercidos. El odio es el límite y se está jugando a sembrarlo en EEUU, en Europa y en España, Cataluña incluida. El “a por ellos”, en otros asuntos es una broma pero en política no es inocente, es la verbalización del desprecio al otro.
En Calahorra, sin ir más lejos, el pasado sábado, un grupo desconocido hasta ahora, convocó una manifestación pintoresca. Acudieron 11 ciudadanos, lo que aclara su poder de convocatoria. Portaban los manifestantes una pancarta casera y escrita en rojo que pedía la “livertad” para los presos de Alsasúa y Cataluña. Si la imagen ofrecida era patética y surrealista no lo fue menos la actitud de otros 200 ciudadanos exaltados insultándolos y llamándolos “asesinos”, aunque ninguno lo fuera, mientras agitaban banderas de España. Afortunadamente, las fuerzas de seguridad cumplieron su labor constitucional de protección de los derechos de todos para asombro de quienes creen que el odio también es un derecho. Mi aplauso y respeto para esos guardias civiles y policías que en toda España, también en Cataluña y en el País Vasco, nos protegen a unos de otros y a todos en conjunto de nuestros propios odios.
En estos tiempos negros en los que cotiza a la baja el respeto y la tolerancia, la canciller alemana, Angela Merkel, una mujer conservadora y demócrata, ha advertido del riesgo de las aventuras de extrema derecha. En el parlamento alemán ha dicho alto y claro: “Hay libertad de expresión en nuestro país. A todos aquellos que dicen que no pueden expresar sus opiniones, les digo: si das tu opinión, debes asumir el hecho de que te pueden llevar la contraria”. Y continuó con algo esencial: “Expresar una opinión no es algo gratuito. La libertad de expresión tiene sus límites. Esos límites comienzan cuando se propaga el odio. Empiezan cuando la dignidad de otra persona es violada”. Por estas razones, cree Merkel que el Parlamento “debe y deberá oponerse” al “discurso extremista”, ya que, “de otra manera, nuestra sociedad no volverá a ser la sociedad libre que es”. No puedo estar más de acuerdo.
Hoy es el día de la Constitución, la que durante las últimas cuatro décadas nos ha permitido superar otros cuarenta años previos de autoritarismo. No dejemos que el viento helado se lleve nuestros derechos fundamentales, la tolerancia y el respeto. Estoy con Merkel, la democracia es lo único que tenemos para defender la libertad que todavía disfrutamos. Así que aunque no esté de moda: ¡viva la Constitución!
