El final de la escapada
Hay cosas que se presentan como verdades indiscutibles hasta que la realidad y el tiempo acaban por pincharlas como a los globos y al explotar aflora la mentira que fueron desde el principio. Aunque lo nieguen los ardorosos defensores del procés, que siguen siendo muchos, la vía unilateral de proclamación de la independencia ha sido un fiasco cuyas consecuencias es pronto para evaluarlas en su total magnitud.
El mundo feliz que, a los fervorosos catalanes independentistas, les prometieron sus líderes duró un minuto de reloj. Hasta hoy ninguna instancia internacional ha movido un dedo para amparar al secesionismo de forma efectiva, pese a las trapisondas judiciales y diplomáticas que promueve Puigdemont. Incluso, cuando parece que decisiones europeas ponen en entredicho resoluciones judiciales españolas, todo concluye como tormenta en vaso de agua. El Estado español sigue en pie y los fugados de la justicia cada vez tienen más problemas para mantener el status quo que ellos mismos se han procurado como si de verdad fueran un gobierno en el exilio.
Puigdemont, el ventrílocuo de Torra, ha pedido esta semana ayuda, a través de las redes sociales, para pagar la fianza de 4.146.000 euros, presuntamente desviados para el referéndum de 2017, que le exige el Tribunal de Cuentas. «Si votaste el 1 de Octubre, te necesitamos». Este mensaje aclara dos cosas: que la maraña judicial en un estado de derecho es espesa pero inexorable y que el fervor militante, languidece. No es posible mantener día tras día, durante años, el clima de tensión ciudadana. Hasta los adeptos, flaquean. La vida sigue y en cada casa la preocupación cotidiana tiene más que ver con lo perentorio que con los sueños de lograr la república prometida. Sin olvidar que hay una gran mayoría de catalanes que tampoco sueña con alcanzarla y que se sienten olvidados por un Govern que les excluye.
El presidente Quim Torra acaba de anunciar lo evidente: la legislatura ha llegado a su fin. En realidad nunca comenzó, ni una ley ha conseguido alumbrar. Este Govern, resultado de las elecciones convocadas por Mariano Rajoy, tras aplicar el artículo 155 de la Constitución, ha implosionado, no porque el Estado maligno lo haya derribado, sino por negar el fracaso de la aventura. La autocrítica es necesaria para ellos y para todos. Ya se sabe que la verdad duele pero persistir en la mentira no alivia. Tienen que cambiar de táctica y de estrategia y lo saben. Ni suman más adeptos ni están unidos entre ellos. Sociedad enfrentada, rencores y venganzas, incertidumbre.
Exigía Torra, tras retirarle la justicia su escaño y acatarlo el Parlament, volver al incumplimiento de la ley. Esquerra se ha negado, conocen las consecuencias. Siempre las supieron, pero un relato épico necesita mártires que se tornen héroes de la causa. Torra ha vuelto a cimentar el futuro sobre un nuevo engaño. Anuncia elecciones en fecha desconocida, a criterio y conveniencia del fugado Puigdemont y arremete contra sus socios, acusándolos de falta de lealtad pero a los que no cesa de inmediato, como se hace en democracia cuando se pierde la confianza. La palabra traidor cae como una lluvia de flechas sobre los dirigentes de Esquerra para compensar el famoso tuit de Gabriel Rufián sobre las 155 monedas y cuya reacción abrió la puerta al disparate. Para colmo, Torra pospone todo a la aprobación de unos presupuestos que gestionará el siguiente gobierno. El que quiera entender, que entienda, pero a mí me resulta inentendible. Es una nueva artimaña de alguien que parece tener una noria en la cabeza.
En este clima el gobierno de España no debe abrir una mesa de diálogo con un presidente en retirada que será, en breve, inhabilitado. Ante este devenir de los acontecimientos sería bueno que todos, todos, frenen un poco los excesos verbales para contener el odio que fluye. De momento, Torra, ha llegado al final de la escapada sin crédito político y con las manos vacías. El futuro no está escrito, todavía.