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Soledades

Dicen que la Navidad sabe a mazapán y huele a caramelo pero bien sabemos que ese aroma es muy volátil porque mirando detrás de lo aparente, la Navidad huele también a soledad. Bajo los millones de luces que llenan pueblos y ciudades hay un desierto de melancolías y un océano de soledades. Detrás de las pantallas de nuestros móviles o en medio de un bar lleno de gente también se respira un desamparo del ánimo, esa sensación de sentirse huérfano entre la multitud. Hacemos cosas para engañar la soledad pero a la soledad no se la ahuyenta tomando unas cervezas cuando vive dentro y no se comparte porque asusta mostrar los sentimientos.

            La pandemia ha incrementado las tristezas y ahí estamos yendo y viniendo a encontrarnos entre la angustia y las luces navideñas que relucen como estrellas aunque nunca podrán serlo. Tenemos las redes sociales llenas de buenos deseos, de arbolitos navideños, de paisajes nevados y de nacimientos que ocultan todos los miedos. Pero la ansiedad crece como la incertidumbre y eso quiebra por dentro en esta ausencia de abrazos y de besos en que vivimos. Así que, como diría Lope de Vega, a mis soledades voy, de mis soledades vengo. Sabiendo que lo más barato del mundo son los afectos no podemos comprarlos ni retenerlos. Asusta esa ausencia, por eso evitamos ser sinceros evaluando aquello de lo que carecemos. Estos días he revivido cosas de otros tiempos. Siendo alcaldesa de mi ciudad íbamos en Nochebuena a visitar a los ancianos de las residencias. Por muy cuidados que estuvieran, por mucha alegría que mostraran siempre las vi como un bosque de soledades: No carecían de lo básico pero escaseaba lo necesario. El cariño se muestra a menudo con el tacto y aquellos ancianos te cogían de la mano como rememorando.

            En una de esas visitas iba saludando y me acerqué a una anciana que sujetó mi mano con la suya mientras con la otra sacaba una carta doblada del bolsillo. Con una sonrisa que ocultaba su tristeza me dijo mostrándomela: -Es de mi hijo. La apretaba como si fuera a perderla, como si estuviera palpando la mano de quien la había escrito. –A lo mejor este año viene a verme. No sé si fui imprudente, pero viendo el sobre un poco ajado y envejecido le pregunté: -Se lo dirá en la carta. Su respuesta me dejó atónita: -Es de hace tres años. Vi en su rostro un dolor disimulado que trataba de ocultar el desgarro que sentía: -Es que está muy ocupado. Mientras la madre disculpaba al hijo sentí que algo se me removía por dentro al imaginar la dimensión de su espera. Mil días aguardando una señal, una palabra, un gesto. Mi cabeza presintió todos los besos que aquella madre había dado a su hijo en otro tiempo. Desde entonces diferencio la soledad del abandono y lo superfluo de lo importante. Discúlpenme por recordar. Les deseo Feliz Navidad.

 

 

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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