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La España desconectada

Apoyado en su bastón, un anciano sale de una entidad bancaria titubeante y con su cartilla de ahorros en la mano se dirige al cajero automático asustado. Le ha costado lo suyo llegar hasta allí y es que cada día anda más torpe. Ha hecho fila con paciencia, sosteniéndose en su bastón. No entiende nada, lleva la tristeza dibujada en la cara. Solo quiere un poco de su dinero. Desde que prejubilaron a Manolo, que le atendía y le ayudaba con los trámites, ir al banco es una pesadilla. Mira a ese aparato del demonio sin saber ni como meter la cartilla. Como está en la calle, el sol difumina la pantalla. No sabe qué hacer. A un chico que pasa le pide que le ayude, aunque duda porque no lo conoce y es consciente del riesgo que corre pero qué va a hacer. Se siente solo ante ese aparato infame y se pregunta cómo es posible que le pase algo así a él que lleva más de cincuenta años con su dinero en ese banco. Los que están en la fila piensan lo mismo, que no hay derecho a tratar así a la gente. Lo miran con una cierta ternura, atentos, como protegiéndole solidariamente conscientes de que pueden robarle. Se conmueven y se quedan helados en la larga fila. El anciano, al fin se va y todos lo contemplan.

            Estas cosas pasan a diario en las ciudades, en los pueblos pequeños hace tiempo que no sucede. Allí ya no quedan ni bancos ni cajeros, solo quedan recuerdos, la huella que dejaron en las paredes de las plazas de los pueblos de la España vacía. A estos vacíos hay que unir lo que llaman ahora la brecha digital que no es sino la deshumanización del trato en el banco y en muchas administraciones. Pedir cita en el centro de salud es otra odisea para los mayores: diga su nombre, pulse uno, pulse dos, pulse tres… cuelgan. Escuchar a la máquina parlante los pone nerviosos, no se encuentran bien y solo quieren a alguien que escuche qué les pasa y qué necesitan. Antes las gestiones las hacían ellos, hoy esperan a que un hijo o un nieto les consigan la cita. Se sienten desamparados.

            A esto lo llaman la brecha digital pero más que una brecha es un boquete de desprecio. Así que a la España vacía se añade ahora la España sin conexión, esta  España real y desconectada empieza a rebelarse. Carlos San Juan, médico jubilado de 78 años, inició una petición en la plataforma change.org en la que reclama una atención humana para los mayores y ya supera las 420.000 firmas, hay que unirse a esta iniciativa. No puede ser que algunas gestiones solo puedan hacerse por internet. Hay que reclamar atención presencial y humana a los bancos, a los que hemos rescatado con nuestros impuestos, y a las administraciones. Debemos exigir humanidad y respeto a las capacidades distintas. El abismo de la brecha digital consiste en mirar con arrogancia a esa España desconectada a la que hemos borrado del mapa.

 

 

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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