Cuando el féretro de Isabel II y el impresionante cortejo recorrían los 1.800 metros que separan el palacio de Buckingham del de Westminster yo estaba comiéndome un yogur delante del televisor mientras contemplaba, entre la fascinación y el asombro, el espectáculo. Dicen que la propia Reina planificó su funeral y no hay duda de que el boato es un compendio de la tradición secular británica. Isabel II es, en sí misma, una importante página de la historia del último siglo aunque resulta excesivo el seguimiento que de su fallecimiento se ha hecho en los medios españoles. Llevamos días conociendo hasta los últimos detalles (la parte dulce, nunca la amarga) de su reinado y de la tradición monárquica británica como si nos fuera la vida en ello. En nuestra querida España desconocemos, seguramente por pereza, la sinuosa obscuridad que alumbra los episodios de la nuestra.
Y es que la historia reciente de nuestros reyes desde Fernando VII, el Deseado que pronto se convirtió en el Felón, es peculiar y demoledora para el corazón desengañado de los españoles. Su hija, la reina Isabel II de España, murió en París en 1904, años después de haber sido derrocada. Con su hijo Alfonso XII se restauró la monarquía y el joven rey murió de tuberculosis a los 27 años, en plena epidemia de cólera en 1885. Más querido que su madre falleció en Madrid y su funeral, hace 137 años, tuvo una solemnidad parecida a la que estamos viendo estos días. Su hijo, Alfonso XIII, abandonó España, en 1931, tras apoyar la dictadura de Primo de Rivera e intentar ocultar las corruptelas de la guerra del Rif que lo implicaban y desembocaron en el Desastre de Annual. Salió de España, según escribió, al comprobar que no contaba con “el amor de mi pueblo”. Murió en Roma en 1941.
De su nieto Juan Carlos I nadie sabe a ciencia cierta si volverá a vivir y morir en España tras el autoexilio que él se autoimpuso, no sabemos si por pudor o por vergüenza, al descubrirse todos sus negocios y el origen de su fortuna. Es difícil admirar a quien tanto ha defraudado, pero también es triste que un estado soberano y democrático contemple consternado su historia reciente después de haberla ensalzado como modélica, porque así creíamos que había sido nuestra transición a la democracia y el papel del monarca.
Hace tan solo unos años, cuando no sabíamos todo lo que hoy sabemos sobre el anterior rey de España, hubiéramos pensado para él, llegado el día, un funeral de estado quizá sin tanto oropel pero sí con la solemnidad debida. Hoy resulta difícil pensar en una despedida como la que los ciudadanos del Reino Unido han tributado a Isabel II. Termino el yogur un poco deprimida. La guardia real de Isabel prosigue impasible su marcha mientras el pan, el melón y la sandía adornan los cielos porque su precio está por las nubes.