Siempre hay actitudes personales que te reconcilian con en el género humano, son generalmente historias que protagonizan personas anónimas que hacen de la coherencia entre lo que dicen y lo que hacen su bandera, aun a riesgo de su libertad. Es el caso de Alexéi Gorinov un concejal de un barrio moscovita. Su heroica y testimonial historia comienza cuando en marzo, en un pleno municipal, se atrevió a llamar “guerra” a lo que Putin y su corte denominaron “operación militar especial” y criticó la muerte de niños en los bombardeos de Ucrania. Fue condenado a siete años de cárcel y tras su apelación el tribunal, con la misma arbitrariedad que lo condenó, ha tenido la generosidad de rebajarle un mes la sentencia. Menudo alivio para tan excesiva condena. Un país en el que los delitos de opinión son castigados con una pena mayor que la que merece un asesinato, es un país enfermo de autocracia.
En España somos libres de decir lo que pensamos, criticamos lo que no nos gusta y hacemos chistes del rey o del presidente del gobierno que están amparados por la libertad de expresión. Así que, cuando algunos hablan de que no vivimos en un estado verdaderamente democrático es bueno recordarles que hay países, como Rusia, donde decir que hay una guerra, cuando el poder niega lo evidente, puede llevarte a pudrirte en la cárcel como a Gorinov o a morir acribillada a balazos en el portal de tu casa como le sucedió a Anna Politkóvskaya por criticar la guerra de Chechenia.
Esto andaba pensando cuando llegaron las primeras noticias de que la Duma Estatal rusa había ampliado las penas del código penal a los desertores o a quienes no se presentaran a filas. Sinceramente sentí un escalofrío porque anticipaba una movilización inminente para reforzar las unidades que operan en Ucrania tras el innegable avance de sus tropas. El anuncio de la movilización de 300.000 reservistas con experiencia militar poco tardó en efectuarse por el propio Putin. Las amenazas hacia Occidente, recurriendo a la amenaza nuclear, muestran a un líder atrapado en su soberbia. Tras tantos años creyéndose omnipotente, no puede reconocer errores y sigue adelante como un boxeador noqueado.
Escucho en televisión a un ciudadano ruso que dice apoyar las últimas decisiones de Putin, “como todos los hombres de verdad”. Me ha parecido obsceno e inquietante porque muestra hasta qué punto la fe ciega, casi religiosa, en alguien que no tolera la opinión ajena ni la existencia de líderes opositores, perjudica la inteligencia y alimenta el odio. La demostración de que una guerra siempre la pierde el pueblo nos la ofrecen los propios rusos que tratan de huir antes de ser movilizados. Vivimos tiempos de negros augurios, solo es seguro que la gloria que Putin buscaba lo llevará directamente al infierno de la historia.