Estimada majestad: nunca he escrito a reyes salvo a los Reyes Magos cuando era niña, pero le diré que siempre he sentido gran afecto tanto por el rey Baltasar como por usted mismo. Aunque me confieso republicana siempre le he reconocido una gran capacidad de sintonía con su pueblo pero creo que ahora el edificio de la Jefatura del Estado comienza a dar signos de una necesaria limpieza general. Es cierto que hoy están en la cuerda floja todos los poderes del Estado porque a todas las luces el tamaño de las cloacas y el hedor que despiden están contaminando todo el sistema democrático que, como usted sabe, tanto nos ha costado construir.
Señor, es indudable que el año pasado ha sido tan aciago para su Casa Real como para una inmensa mayoría de españoles que sobreviven entre la fila del paro y la pensión del abuelo. Es cierto que las razones por las que últimamente usted tiene un perpetuo dolor de cabeza no son las mismas. A su Casa Real le ha pasado como a mí con la magia del circo. Cuando de pequeña mi padre me llevaba veía a las trapecistas, payasos y equilibristas y me parecía mágicos y envueltos en gasas y lentejuelas brillantes pero cuando fui mayor me di cuenta de los agujeros que había en la lona y en las medias de las trapecistas y entonces los payasos me inspiraban más ternura y pena que risas y regocijos. Pues digamos que más o menos así veo ahora a la monarquía y al resto de las instituciones del Estado, llenas de boquetes y de gente de apariencia honorable que no lo es.
El príncipe heredero, su hijo, acaba de cumplir 45 años y sin duda usted, Señor, pensará estos días sobre la conveniencia de abdicar o no en este momento. Si usted lo hiciera, algunos alabarían, seguramente con cinismo, su generosidad y su visión de futuro, como ya lo tuvo el 23 de febrero de 1981 cuando un golpe de estado estuvo a punto de destruir el edificio constitucional. Si decidiera hacerlo ahora muchos otros, probablemente más y con mucha más mala leche, le dirían que se va por la puerta falsa y huyendo de la complicidad con las andanzas y la posible condena judicial que puede sobrevenirle a ese yerno guapo, con el que todas las madres soñaban y que está a punto de hacer un gran servicio a los republicanos de este país sin necesidad de conspirar contra la jefatura del Estado.
Todo se precipita ahora que ya casi se ha olvidado su cacería en Botsuana con la falsa princesa Corinna Sayn Wittgenstein, molestando a la Reina y quebrando su pierna, su salud y su popularidad. Mala papeleta, Señor, pero sin embargo fue capaz de pedir perdón, algo es algo majestad. Ya se sabe que cuando el diablo no tiene que hacer con el rabo mata moscas y su yerno, aburrido como infante consorte decidió utilizar su posición para forrarse frecuentando gobiernos corruptos como el de Matas en Baleares y el de Camps en Valencia, porque era lo que estaba de moda. Lo habían colocado en Telefónica sin tener que pasar ni pruebas ni exámenes ¡Qué le hubiera costado acostumbrarse a su triste y monótona vida a este Iñaki y no que ahora están, él y usted Señor, al borde del precipicio de la credibilidad y de la justicia! No se preocupe, Señor que si es cierto que la justicia es igual para todos, debe caer sobre los culpables el peso de la ley y usted y nosotros respiraremos tranquilos.
No se preocupe majestad, que no le duela la cabeza, afronte lo que venga y ponga a todos los sinvergüenzas en la puerta de palacio. Caiga quien caiga, no tiemble, que los españoles ya comprendemos que la Corona pesa mucho, pero usted, Señor no olvide que más pesa, más duele y más quiebra el alma tener que robar leche y pañales en el supermercado o pasar el día a la intemperie en la fila del paro sin poder cobrar siquiera 400 euros. Ánimo majestad, deje limpias las cañerías de palacio que nosotros con afecto, respeto y pleitesía le aplaudiremos. Creo que esa es su única tabla de salvación si no quiere que los republicanos y los que no lo son rodeen la Zarzuela. Beso su mano, Señor.