Cuando se actúa desde la chulería se corre el riesgo de sucumbir a la soberbia y de naufragar en la estupidez. Y para que no haya dudas, diré que hablo del ministro de Educación, José Ignacio Wert que cada poco tiempo nos obsequia con actuaciones estelares de tal osadía que una no sabe si reírse de pena o llorar de rabia. En cada decisión que toma rompe algún plato o pisa algún callo, siempre con un objetivo claro: destruir la enseñanza pública o intentar convertirla en residual. Eso sí, don José Ignacio todo lo hace con el aplomo y la falta de tacto del personaje que todos conocemos como “el chulo del barrio”. Estos días se ha derramado una gota que ha colmado el vaso. La publicación de una norma en el Boletín Oficial del Estado, con nocturnidad y alevosía, suprimiendo las becas Erasmus, una vez que la mayoría de los estudiantes han salido para sus destinos, se ha convertido en su última hazaña. Todo indica que la ha perpetrado sin encomendarse ni a dios ni al diablo y por lo que parece ni a sus propios colegas del gobierno ni al presidente al que, por otra parte, poco le importa, refugiado como está en su palacio de silencio.
La medida la descubrió un estudiante por casualidad, pero cuando saltó la voz de alarma el incendio en la prensa y en las redes sociales ha sido tan inmediato que ha supuesto el rechazo no sólo de los afectados sino incluso de la Unión Europea y, por si fuera poco, de sus propios compañeros de partido y de gobierno, al tiempo que ha levantado una enorme solidaridad en una población cada día más harta del modo en que nos están tratando los chulos del barrio. Cuando vi al ministro Wert anunciar la revocación de la medida tuve la sensación de que, de forma virtual, miles de españoles y de estudiantes Erasmus se habían convertido en Gorgoritos y, metafóricamente, con las estacas en la mano propinaban unos coscorrones en la cabeza del Ogro Dienteslargos al grito de: ¡toma!, ¡toma! y ¡toma! Mientras la ciudadanía coreaba: ¡bien! ¡por fin! ¡bien! No está mal que alguna vez pierda la partida el chulo del barrio. Aunque de verdad, lo que tenía que haber ocurrido es que tras tragarse públicamente el sapo de la rectificación, hubiera dimitido y al no hacerlo, Rajoy debió cesar fulminantemente tanto a él como a la secretaria de estado, señora Gomendio a la que tanto gusta, como a Wert, insultar a los docentes y a los alumnos como si todos fueran vagos y maleantes que protestan unos porque tienen trabajo y otros porque son pobres y malos estudiantes. Ellos tendrán brillantes expedientes académicos pero escaso tacto como gobernantes y elevada incompetencia como gestores al improvisar ocurrencias cada cuarto de hora y si no, a las pruebas me remito.
Claro que hablando de tacto, no puedo olvidar el dolor de estómago que me han producido las palabras del ministro De Guindos que para vender la moto de la presunta recuperación económica ha tenido el ingenio de afirmar que “en España se está perdiendo el miedo a perder el empleo”, cuando todo indica que una cuarta parte de la población activa seguirá en el paro durante varios años y cada vez con menos cobertura social. El último sondeo del CIS, como ya sabemos sin necesidad de encuestas, indica que el primer problema que detectan los españoles es el empleo, es decir, la ausencia de él. En España con cinco millones de parados, claro que no hay miedo a perder el empleo, no señor ministro, lo que hay es pánico a quedarse sin él y pavor entre los parados a no encontrarlo jamás. Este es el drama de España. Cuando se viven situaciones tan trágicas y hay tanto sufrimiento en los hogares, sería más prudente que los ministros se comportaran con más comprensión y menos chulería. Rodeados de basura y corrupción como estamos, sería de agradecer que dejaran de insultar nuestra inteligencia y de pisotear nuestra dignidad, que ya está bien de pasear tanta chulería por el barrio.