Vivimos entre una España que muere y otra España que bosteza, tal y como escribía Machado. La que agoniza es nuestra débil democracia, herida de muerte por el clima de impunidad, falta de transparencia y de corrupción en los núcleos estratégicos de nuestro ultrajado estado de derecho. El intento de asesinato está siendo perpetrado por muchas manos, como en el caso de Julio César, las puñaladas son múltiples y los intereses de los que las asestan son variados y a menudo innobles. La historia nos enseña que nunca son los intereses generales los que se defienden aunque se invoque al pueblo en cada acción. La calidad de la democracia se deteriora cada día porque también cada día los desvaríos del poder acaban siendo aceptados con normalidad porque se van convirtiendo en habituales:
– Nadie dimite ni asume responsabilidades, ¿por qué? Porque no existe presión social que las exija
-Nos mienten reiteradamente y se ríen en nuestras narices pero se admite como frivolidades políticas y no se castiga en las urnas. Porque, ¿qué importa si todos nos engañan?
-Se modifican leyes para favorecer a los amigos del poder y luego se vuelven a cambiar y si no es suficiente para los agraciados, pues nada, las cambiamos otra vez. ¿Es esto un estado de derecho? Pues no, pero ¿a quién le importa?
-Se presiona a la prensa y se la domestica con jugosas campañas institucionales cuya amenaza de retirada puede colapsar la viabilidad económica del medio con lo que la libertad de prensa se convierte en papel mojado, pero esto, ¿a quién preocupa?
-Se enriquecen con adjudicaciones públicas, se financian ilegalmente y cobran salarios públicos completados con sobresueldos multimillonarios mientras exigen sacrificios y tampoco pasa nada porque, al fin y al cabo, todos roban o todos defraudan.
-Existe una oligarquía política elegida democráticamente que no está al servicio del cuerpo electoral sino de los intereses de la oligarquía financiera que nos gobierna y pretende explotarnos como antes de la revolución industrial. Pero, ¿qué chorra más da?, mientras no nos quiten el fútbol.
Los ejemplos son infinitos y todos demuestran la endeblez del sistema y la necesidad de profundizar en la democracia con otros métodos de ejercer la acción política. Los comportamientos autoritarios que tratan de silenciar la crítica y de demonizar los movimientos sociales son los que están matando nuestra democracia gracias a nuestro silencio. Es la hora de la transparencia pública y de frenar el abuso de tanta desvergüenza consentida, tolerada y encubierta. Esta España sucia y gris es la que debe morir antes de que arruine nuestro futuro.
En este clima, no es extraño que el presidente Rajoy ante la sangría constante de la destrucción de empleo declare, tras meses sin abrir la boca, que está muy contento porque las cosas van muy bien y todavía van a ir mejor. Estamos como en los viejos tiempos en los que la realidad desmentía diariamente la propaganda oficial de un régimen netamente antidemocrático. Seguramente de esta terrible crisis, política y económica, saldrá algo mejor, pero mientras, un par de generaciones habrán sido sacrificadas por la incompetencia, la impunidad y el abuso de los resortes del poder, aparentemente democrático.
Todo esto es demoledor aunque mucho más descorazonador resulta que la otra España, aunque parece mayoritariamente indignada, bosteza ante el espectáculo aceptando un destino que han diseñado otros sin consultarle. Este es hoy el mal de España, la paciente resignación.