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Entre visillos

Cuestión de conciencia

Dicen que el universo es insondable pero mucho más lo es nuestra propia conciencia. Esa idea me ha rondado la cabeza tras leer que la nave rusa Progress-59  navega por la galaxia fuera de control, tras un fallo en su puesta en órbita y se espera que vuelva a entrar en la atmósfera terrestre en cualquier momento, según ha indicado el Centro Espacial Johnson en Houston. Tal y como estamos en el planeta con tantas catástrofes sucesivas causadas bien por la naturaleza como en Nepal o por la mente humana, como la provocada por el copiloto de Germanwings que estrelló su avión en los Alpes franceses, sólo nos falta una desgracia que provenga del espacio exterior. Confiemos en que el carguero espacial no aterrice de pronto sobre nuestras atolondradas cabezas. Aunque sinceramente no vendría mal que algo así como un revulsivo supersónico impactara sobre nuestras mentes y agitara nuestras adormecidas conciencias. Todos sabemos muchas cosas pero no queremos saber; miramos pero no queremos ver; debiéramos hacer pero no hacemos y es que el mundo de los otros nos es ajeno, lejano, extraño. No es nuestro problema, la ignorancia de la realidad aligera el peso de nuestras conciencias.

En el bosque de Sambisa, en los lejanos bosques de Camerún, en el corazón de la pobreza africana centenares de mujeres y de niñas son apaleadas, explotadas y reiteradamente violadas por los fanáticos de Boko Haram que recientemente han jurado su adhesión al Estado Islámico. Algunas de esas mujeres han muerto, mejor dicho, han sido asesinadas por una organización de extremistas islamistas que se declaran contrarios a que las niñas accedan a la educación alegando que Occidente sólo quiere pervertir sus mentes. Todos los dictadores, todos las organizaciones terroristas, al igual que estos violadores de derechos saben que la educación crea personas conscientes de su libertad y capaces de superar la adversidad para luchar por una vida con un mínimo de dignidad. Por eso se oponen a la educación de las mujeres con la escusa de la religión y por eso secuestran niñas en escuelas, por eso las violan y si es necesario las matan o asesinan a sus hermanos, maridos o padres ante sus ojos. Muchas de ellas están embarazadas de sus propios captores, intentan robarles la dignidad pero son ellos los que carecen de ella. Estos días el ejército nigeriano ha conseguido, afortunadamente, liberar a un nutrido grupo de ellas que han sido encontradas en un lamentable estado físico y psíquico, esto último de más difícil reparación que lo primero, aunque todavía quedan muchas niñas cautivas en manos de Boko Haram.

Noticias como ésta nos alarman un día, quizás dos pero pronto hay otras que desplazan de nuestra mente una catástrofe tras otra: Siria, Libia, Palestina, Irak, Afganistán… Nos olvidamos con rapidez del desastre de mundo que hemos construido y nos miramos a nosotros mismos ignorando no sólo a las niñas secuestradas y violadas por Boko Haram sino a los niños que pululan entre la basura y las ratas de todo tipo que pueblan la Cañada Real de Madrid, o los poblados chabolistas que circundan las grandes ciudades, a los ancianos que viven la soledad de su destino, sin que sus familiares los atiendan. En fin, que estos días me ha dado por pensar en estas cosas al ver que todavía queda gente que trabaja por los demás, que deja su vida cómoda y se va a lugares como estos a ayudar, a poner su granito de arena, a contribuir modestamente a demostrar que otro mundo es posible. Soy consciente de que no hay nada de original en contar esta realidad, pero creo que de vez en cuando nos conviene recordar que existe aunque tratemos de olvidarla para que no moleste el bienestar de nuestras conciencias.

Estos días he conocido el testimonio de una calagurritana que trabaja como voluntaria en la Cañada Real al tiempo que escuchaba al presidente de la Diputación de Valencia contar billetes en un coche o a los futbolistas protestar por lo elevado de su fiscalidad, no puedo evitar confesarles que se me ha producido un cortocircuito en la conciencia y no encuentro a nadie que me la pueda reparar. 

 

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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