El Rey es rey, pero intuye a los españoles, porque Juan Carlos I no sólo conoce la historia, sino que seguramente ha aprendido de ella. El Rey es consciente de que cuando su abuelo Alfonso XIII sufrió ataques de antiparlamentarismo y se alejó progresivamente de lo que sentían la mayoría de los ciudadanos de su Reino, la institución entró en picado con tanta rapidez que, como todo el mundo sabe, se acostó monárquica y se levantó republicana una mañana de abril de 1931. Alfonso XIII, salió de España, como él mismo declaró a ABC, consciente de que no contaba con el amor de su pueblo. Por eso don Juan Carlos, que había sido elegido por Franco para heredar su dictadura, supo, nada más perder de vista al padrino, que su primera tarea consistía en recuperar el amor de ese pueblo que en su día perdió su abuelo. Presintió, con meridiana claridad, que España no podía quedar fuera de la que siempre fue su posición europea En el año 1975, fecha en que se restauró la monarquía en su figura, toda Europa gozaba de regímenes democráticos alejados de los totalitarismos que surgieron en los años treinta. Ni España debía quedar aislada ni él podía ser un apestado en Europa tras la tragicomedia protagonizada en 1981 por militares golpistas, añorantes de una dictadura anacrónica que había pervivido vulnerando los derechos fundamentales de los ciudadanos. Pocos dudan que su comportamiento el 23-F convirtió a muchos republicanos en juancarlistas, aunque no en monárquicos. Así, con la tolerancia y aceptación de muchos republicanos la monarquía constitucional arraigó en una sociedad, hambrienta de democracia, que aparcó sine die la discusión sobre el tipo de jefatura del estado más conveniente a los españoles.
El Rey sabe todo esto y también sabe que la historia enseña que, en un tris, la tortilla puede dar la vuelta si la imagen de la monarquía continúa su deterioro. Don Juan Carlos tampoco desconoce que heredar las jefaturas del estado es una reminiscencia anticuada y obsoleta en los tiempos que corren y que si el ciudadano se siente defraudado con el papel de la monarquía puede, soberanamente, optar por tener un Jefe de Estado elegido democráticamente como en Francia, Alemania o los EEUU. Que el Rey sabe todo esto es evidente, pero parece que su yerno, el deportista guapo y alto que todas las madres soñaban para sus hijas, no sabe nada de los riesgos que conlleva el abuso de una posición relevante en la mentalidad y en la paciencia, cada día más irritada, del vulgo. Urdangarín llegó a palacio y decidió utilizar su posición de advenedizo de la casa real para engordar fortuna y patrimonio. Su frase preferida en materia de negocios era: -Si yo estoy, los demás entrarán. Y entraron, claro que entraron. Nadie debe sorprenderse, este es un país en el que se buscan padrinos para todo y especialmente para forrarse a costa del erario público.
Si la Casa Real ha dicho que no considera ejemplar el comportamiento de Urdangarín y que éste deberá defenderse por sus propios medios, es porque el propio Rey así lo cree y si esa es la consideración de su majestad, fíjense ustedes como debe ser la nuestra. El yerno, antes ejemplar y hoy repudiado, se ha convertido en una bomba de relojería que corre el riesgo de dinamitar la imagen del Rey, pero sobre todo la de su sucesor, menos legitimado y querido que don Juan Carlos. Debiera tener cuidado Urdangarín de contar, por boca de su abogado, que está indignado y que la ejemplaridad la da la ley. A estas alturas de la película, todos sabemos que hay cosas que son legales en este mundo hipócrita y materialista pero que son un escándalo, una vergüenza o una inmoralidad sin paliativos. Puede que Urdangarín no sepa distinguir, pero su suegro sí y por ello es consciente de que si no frena la hemorragia a tiempo, la ciudadanía puede libremente decidir que la Jefatura del estado no se hereda y que prefieren gritar: ¡viva la República! Esto es lo que el Rey sabe pero su yerno no.