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Entre visillos

El día de la marmota

Según la predicción de la marmota Phil, la primavera ya está aquí. Esta tradición de 130 años, que se celebra cada 2 de febrero en EEUU, es conocida como día de la Marmota y en España como la Candelaria, una conmemoración bastante más antigua. Precisamente ese día, su majestad el rey Felipe VI recibió a Rajoy y a Sánchez  para decirles que, en España, era tiempo de candelas y que se precisaba iluminar un proceso que transita hoy entre la desconfianza y la desesperación de los españoles.

Con Rajoy no hubo sorpresas, decidió comportarse como nos tiene acostumbrados, con cierta pereza ante las complicaciones del momento. Las marmotas, si deciden salir de la madriguera es porque brilla el sol, pero Rajoy ha preferido guarecerse de posibles temporales primaverales. La marmota, que se cree un lince, piensa que es mejor que otros se estrellen y así podrá aparecer como el único presidente posible. Está claro que Rajoy, rehusando el ofrecimiento del rey, ha sentado un precedente inédito en democracia. El problema es que ni lo ha intentado y eso tiene una dosis bastante elevada de fracaso con toques de cobardía, es el augurio de un obligado adiós.

Si su partido y sus votantes creen que el más votado debe gobernar, Rajoy tenía la obligación de comparecer en el Parlamento con un programa de gobierno que mostrara la solidez de su proyecto ante los españoles. Era la única forma de dejar claro que él tiene un plan tan valioso para España que no merece ser sustraído a los españoles. No hubiera obtenido los votos necesarios, vale, pero al menos hubiera demostrado que su camino merece la pena y que tiene la valentía necesaria para dejarse la piel por él. Pero no, su permanencia en la madriguera evita que nadie le reproche el halo de corrupción que envuelve al PP. Ahí tienen a Rita Barberá, que se creía a salvo en el Olimpo de la política hasta que ha comprobado que si uno cae del cielo al asfalto se queda, como en las aventuras de Mortadelo y Filemón, adherido como un sello al negro betún sin nadie que te rescate del descenso a los infiernos.

Vayamos al PSOE. Pedro Sánchez, ha comprendido que la Candelaria es la fiesta de la luz y eso es lo que ha visto al fondo del camino, una luz tenue, pero una luz, al fin y al cabo. Sánchez, tras salir ileso de una reunión interna abarrotada de lobos y lobas, ha decidido intentar algo que a muchos se les antoja imposible. Los arañazos de los suyos duelen más que los de los ajenos, pero la campaña interna contra él, de momento, no lo ha destruido. Barones y baronesas deberán continuar afilando sus uñas hasta que la ocasión se muestre de nuevo propicia. Ahora no es el momento, si se nota demasiado que van a por Sánchez pueden hacerlo un héroe ante la militancia y ya se sabe que a quienes muestran valor, aunque algunos lo estimen temerario, el pueblo los protege. Así que ojito con prepararla y dar la batalla antes de tiempo.

Sánchez lo tiene muy, muy difícil pero intentarlo, en contraposición a la postura de Rajoy, puede verse como un mérito y eso da puntos ante la ciudadanía. Esta es la causa por la que muchos en este proceso de negociación se van a tentar la ropa y espero que las formas. Las broncas declaraciones del líder de Podemos, Pablo Iglesias, contra Sánchez y el PSOE también pueden sentar mal a esa parte de votantes que ha captado en las filas socialistas y si ese es su granero, que lo es, no puede forzar la maquinaria hacia el territorio del insulto, porque ahí, se pierde. Ciudadanos también puede perder apoyos ante una nueva consulta electoral. Por eso, el territorio del encuentro debe estar en el programa que se pacte y en las prioridades de las reformas que deben marcar la acción de gobierno sin olvidar que Europa nos vigila tras fracasar en su proyecto de gran coalición. Si las marmotas anuncian buen tiempo puede que los pactos consigan un gobierno en primavera. Sólo es imposible lo que no se intenta.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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