¿En qué creer cuando todo es mentira? Esta pregunta tiene difícil respuesta en este inmenso vertedero global en el que hemos convertido el mundo. Ni siquiera individualmente nos salvamos porque, en ocasiones, nos mentimos a nosotros mismos para soportar los disgustos que nos da la vida y conseguir tirar adelante con la mochila repleta de decepciones.
Pero claro, no quiero hablar de estas mentiras piadosas que jalonan nuestra supervivencia sino de la mentira organizada, sistemática, avariciosa y despiadada que sólo puede fraguarse en esa parte de la sociedad, la de los privilegiados y los poderosos que, teniéndolo todo, todavía quieren más. Insaciables eluden contribuir con impuestos al sostenimiento de su país. Tras el último de los escándalos, el de los papeles de Panamá, los protagonistas de esta película quedan todos con la reputación manchada, pero con la fortuna intacta. Porque claro, ¿quién abre una cuenta en un paraíso fiscal? Pues quien mucho tiene y mucho quiere esconder. El origen de las fortunas será legítimo o ilegítimo, seguramente hay más de lo segundo que de lo primero, pero la finalidad es la misma: eludir al fisco burlándose de sus conciudadanos.
Lo más escandaloso es que este tipo de montajes resulta práctica habitual orientada por los grandes bancos y tolerada por las autoridades que se declaran contrarias a los paraísos fiscales pero que no mueven un dedo para evitarlos hasta que salta un escándalo. Claro que los buenos propósitos duran cuatro días, en cuanto se disipa la marimorena se olvidan de la promesa y promueven una amnistía fiscal para salvar a amigos y poderosos y vuelta a empezar. Justicia a conveniencia.
El montaje es tan sencillo y está tan poco perseguido legalmente que no es extraño, como cuenta Oxfam Intermón, que empresas como Mossak Fonseca hayan llegado a tal nivel de demanda que cada diez minutos constituían una empresa fantasma. Hay de todo, como en botica, empresarios, futbolistas, cineastas, casas reales, amigos y familiares de dictadores, políticos y estafadores todos que se ríen de nuestra inocencia. También nosotros somos un poco culpables porque cuando los sacan en la tele se nos cae la baba y aplaudimos, por ejemplo, los goles que nos meten en nuestra propia puerta. Nuestra frágil memoria permite que cíclicamente nos escandalicemos con igual virulencia que lo echamos al olvido.
En Islandia, el escándalo se ha llevado por delante al primer ministro Sigmundur David Gunnlaugsson. La gente se ha echado a la calle y ha dimitido en menos de cuarenta y ocho horas. Aquí todavía estarían contándonos otra descomunal mentira, como con Bárcenas, con la Gürtel, con la Pujolada, con lo de Valencia y con tantas otras cosas. Aquí no es de extrañar que Arias Cañete, comisario europeo y exministro de Agricultura, haya recibido un mensaje diciéndole: -Miguel, sé fuerte. La tía del rey, Pilar de Borbón, una caja de bombones para endulzar el mal trago y Messi unas botas de oro del club de fans. En el fondo, en este país hay debilidad por los pícaros. Supongo que Montoro estará preparando explicaciones llenas de fantasía, como la gran mentira del déficit público. Yo no me creo ni la cifra que han dado, seguramente es mayor, pero la culpa es de los enfermos de hepatitis C y del maestro armero, no de la caída de ingresos del estado por defraudaciones masivas como las de Panamá o de economías sumergidas a gran escala o tantos otros trucos tolerados. Una pena que no tengamos el desparpajo de nuestra querida Chus Lampreave para soltarle una fresca en la cara a todos los desaprensivos de la famosa lista y a los que han consentido sus manejos.
Querida España: menos lamentos y más mala leche con los que tan impunemente nos engañan y nos defraudan. Por cierto, prepare la declaración de la renta que Hacienda somos todos. ¡Ay qué risa!
Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.