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Entre visillos

Por España

A estas alturas me pregunto si nuestra paciencia colectiva es infinita o simplemente estamos anclados en la resignación. El ministro de Economía en funciones, Luis de Guindos, acaba de rebajar la previsión de crecimiento de nuestro país al tiempo que ha reconocido la desviación del déficit y ha iniciado negociaciones con Bruselas. En definitiva, seguimos estando mal y lo peor es que el desánimo se acrecienta y la esperanza se achica. Con un evidente crecimiento de la desigualdad social y con una parte de la población en la frontera de la exclusión, nuestros representantes políticos preparan ya otra campaña electoral.

Siendo mala la situación económica y social, el clima institucional, minado por la corrupción superlativa, es de emergencia, lo cual hace inexplicable la incapacidad para llegar a acuerdos de gobierno. Cuando hay un incendio lo importante es contribuir a apagarlo en vez de ponerse a discutir quien sostiene la manguera. En España hay muchos problemas pero, hoy por hoy, el mayor incendio es el de la corrupción, porque ha minado no sólo los cimientos del sistema político sino su capacidad de regeneración.

Si pensamos en lo ocurrido desde las elecciones, concluiremos que no ha habido semana sin su correspondiente pasión. Los escándalos se han sucedido hasta la irritación, salvo que nos hayamos acostumbrado y vivamos en la indolencia, que es lo peor que puede ocurrirle a nuestra democracia. Si nos rendimos en la exigencia de un cambio profundo nuestro fracaso será una claudicación que no nos podemos permitir.

Recuerdo cuando el 27 de febrero de 1995 la policía española detuvo en el aeropuerto de Bangkok, al famoso Luis Roldán, exdirector general de la Guardia Civil,  tras una rocambolesca historia, con el espía Paesa y los huérfanos de la benemérita institución estafados como trasunto de la película que vivimos en esos años. Suponíamos aquel thriller la cúspide de la corrupción política y de la zafiedad del latrocinio, creímos como ilusos que nada más grave podía suceder en los aledaños del poder. Visto con perspectiva,  podemos decir que el famoso Roldán era, además de un pájaro de cuentas, la cuenta de un largo rosario de sinvergüenzas que creyeron que la política era una forma de hacer fortuna, es decir, de forrarse a velocidad de vértigo.

Esta semana, sólo esta semana, la secuencia de sucesos es apabullante: Carlos Fabra acaba de conseguir el tercer grado penitenciario, Mario Conde ha entrado en prisión, Ignacio González (expresidente de Madrid) declara sobre la oscura compra de un ático en Marbella, Rodrigo Rato también tenía empresas opacas en Panamá, Aznar sancionado por Hacienda, el alcalde de Granada y la concejala de Urbanismo dimiten por un escándalo urbanístico… y el ministro de Industria José Manuel Soria ha tenido que irse por tener empresas en paraísos fiscales.

El caso del ministro Soria es sintomático de lo que ha ocurrido en los últimos años. Primero, negó, es decir, mintió y luego dijo que no se acordaba de nada porque los paraísos fiscales producen amnesia, te emborrachas al ver la multiplicación de las cifras. Es comprensible. El problema es que el guión de Soria lo han repetido tantos y tantas veces que Mariano se ha visto en la obligación de sacrificarlo porque la siguiente pieza a caer era él. Mariano piensa en las elecciones aunque dice que él sólo piensa en España, no como otros. Miguel Bernard y Luis Pineda, jefes de Manos Limpias y Ausbanc, cabecillas de una presunta trama de extorsionadores, provenientes ambos de la ultraderecha, han declarado, en su defensa, que todo lo hacían por España.

No podemos claudicar, hay que exigir una regeneración profunda. Es intolerable que esos miserables patriotas forrándose a costa de los españoles y abrazándose a su verdadera patria, el dinero, nos hayan dejado, como diría Machado, “a España toda, la malherida España, de carnaval vestida”.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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