Cuentan quienes tienen memoria y aman a este país que esta España nuestra siempre camina partida en dos, sólo que la división no es por mitades como creen muchos. En la España actual, la que dicen que progresa viento en popa a toda vela, al tiempo que crecen los multimillonarios se multiplican exponencialmente los españoles que viven en la pobreza o se aproximan vertiginosamente hacia ella.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística en estos años de crisis la brecha entre ricos y pobres ha crecido de forma alarmante. Desde 2007 el número de españoles que declaran un patrimonio superior a 30 millones de euros ha pasado de 230 a 500. Además la Encuesta de Condiciones de Vida del INE desvela que 13 millones de españoles, la mayoría menores de 16 años, están en riesgo de exclusión social por carecer de ingresos o por ser tan escasos que se ven obligados a vivir en la frontera de la dignidad humana. Esta es la verdad de un país que se publicita oficialmente como la cuarta economía de la zona euro, la quinta de la Unión Europea (UE) y la decimotercera del mundo en términos de Producto Interior Bruto (PIB) nominal
Esta realidad cotidiana hace que el 72% de los ciudadanos considere que España va a salir de esta crisis más pobre y más desigual que hace 10 años. No cabe duda de que la intuición ciudadana es certera y para ello no se necesitan estadísticas, basta con mirar alrededor: familiares en paro, hijos sin futuro, amigos que van a Cáritas o sobreviven con la pensión del abuelo. Esto es lo que preocupa y por ello son multitud quienes creen que algo se ha hecho mal, rematadamente mal. Que el Producto Interior Bruto ha crecido en 2015 el 3,2% es verdad, pero salta a la vista que el reparto del pastel, la redistribución de la riqueza, no ha sido equitativo. La desigualdad creciente es el mayor problema social de este país y el principal reto de los próximos años.
Si los españoles perciben esta realidad hiriente hay otra desigualdad que también indigna. Eso de que la Justicia es igual para todos empieza a dar risa y a ser objeto de chirigotas. Acaba de ingresar en prisión Alejandro Fernández, un joven granadino que, en el año 2010, gastó 80 euros en un supermercado con una tarjeta falsa. Ha sido condenado a 6 años de prisión por estafa y pertenencia a banda organizada. Seguramente la cosa no es tan sencilla como nos han simplificado los medios, pero hay otras formas de no truncar la vida de alguien que ha salido del circuito delictivo donde quizás pudo estar algún día. El indulto era una solución y más en un país que ha indultado a banqueros, a políticos corruptos o a otro tipo de delincuentes que avergüenzan a una sociedad adulta. Vivimos en un país plagado de estafadores de cuello blanco, de políticos con manos sucias, de nobles multimillonarios que evaden capitales, de ministros y familiares de comisarios europeos que tienen cuentas en paraísos fiscales, de prevaricadores, traficantes de influencias y una variedad infinita de truhanes que nos dan lecciones desde sus altavoces públicos. Pero la mano dura del gobierno no se ha cebado contra la corrupción que les rodea, ha caído como un rayo vengador sobre un joven socialmente integrado, que trabaja de camarero y que es feliz con su modesto destino. Puede que a Alejandro Fernández esto le cambie la vida para siempre, pero eso al Consejo de Ministros ni le importa, ni le pesa en la conciencia.
¿Puede extrañar que la gente crea que en España también hay dos justicias? Una para pobres y otra para ricos. Si se sigue por este camino terminaremos conviviendo con una sanidad y una educación para los que puedan pagarla y otras para el resto. Esa es la conclusión del español de a pie, vamos camino de la beneficencia del siglo XIX. No me llamen exagerada, es que me duele el alma. Me pasa como a Machado, siempre hay una España que me hiela el corazón. No hace falta que diga cual, ustedes me entienden.