No hay cosa peor que las guerras fratricidas, por eso los romanos no festejaban esas victorias ya que lo cierto y verdad es que todos perdían en ellas. Al observar la guerra abierta en el PSOE he recordado el comienzo de Ana Karenina, “todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Digamos que la familia socialista se está autodestruyendo públicamente y a su manera, es decir, compitiendo por aparentar quien ama más a su partido mientras las puñaladas de todos lo desgarran sin remedio.
El estallido interno del PSOE ha dejado atónito al país pero sobre todo a sus votantes y militantes. Nadie puede negar que el asunto viene de lejos. La pérdida de sintonía con su propio electorado es una realidad constatada por las sucesivas derrotas con una fidelidad de voto cada día más menguada. Hasta ahora el PSOE ha ido disimulando sus carencias sin atreverse a afrontarlas y sin ser capaz de aglutinar un proyecto que lo diferencie con claridad de otras opciones algo que, por otra parte, está ocurriendo con la socialdemocracia europea que ha sucumbido a las recetas insolidarias en lo económico y regresivas en lo social de la élite que gobierna el mundo.
La llegada de Pedro Sánchez a la Secretaría General se produce tras un sonado batacazo electoral del PSOE en las elecciones que ganó Mariano Rajoy en 2011. La legitimidad de Sánchez radica en su triunfo en las elecciones primarias, es decir, cuenta con el apoyo mayoritario de la militancia. Es algo inédito y saludable en democracia pero, como vemos, no suficiente para ganar el favor del electorado. Se advertía, sólo con leer la prensa, que su relación con los líderes territoriales no era muy fluida pero tras las elecciones del 20 de diciembre quedó absolutamente claro. El Comité Federal de 28 de diciembre condicionó la actuación del Secretario General e incluso cuestionó su liderazgo para las negociaciones de cara a intentar conseguir la presidencia. Tras las elecciones del 26 de junio, con empeoramiento de los resultados electorales, la guerra interna se recrudeció de forma evidente. Como en este país no hay costumbre de dimitir tras las derrotas, por sonoras que sean, Sánchez siguió adelante. No hubo autocrítica. El Comité Federal apoyó su “no es no” para la investidura de Rajoy, aunque las voces críticas arreciaron un día sí y otro también. El espectáculo no resultaba gratificante, esa es la verdad. El descalabro del PSOE en las elecciones vascas y gallegas no ha propiciado la asunción de responsabilidades ni la autocrítica por parte de la dirección del partido. Sólo ha habido un intento de fortalecer su posición parapetándose en la militancia frente a los llamados “barones” críticos capitaneados por la presidenta andaluza Susana Díaz, que pretende sustituir a su secretario general.
Mientras todo esto ocurre, Sánchez advierte que la mayor parte de la militancia no quiere que el PSOE se abstenga para facilitar un gobierno de Rajoy que, aún ganando elecciones en Galicia, sigue siendo un partido envenenado por la corrupción sistémica de su organización. Por su parte, los barones temen que en unas nuevas elecciones el descalabro socialista sea mayor y el partido roce la marginalidad. A un mes de que concluya el plazo para convocar nuevas elecciones y tras casi un año sin gobierno, Sánchez decide atrincherarse tras la militancia, invocando la democracia que olvidó con otros. Con la excusa del no a Rajoy plantea la realización de unas elecciones primarias a contrarreloj para ser refrendado como líder y un Congreso. Mientras Rajoy y el PP se frotan las manos, Sánchez olvida que si algo espanta a los votantes son las peleas internas de los partidos y unas primarias siempre producen, aunque se niegue, desgarros internos y tensiones públicas. Este es el punto débil del órdago de Sánchez. Es probable (o quizás no, nunca se sabe), que Sánchez, tratando de aparecer como víctima y sin realizar ninguna autocrítica, gane el favor mayoritario de los militantes, pero habrá debilitado a su partido y propiciando su descalabro. La lucha es tan cruda y los métodos tan rastreros que gane quien gane esta batalla todos pierden y el que más un PSOE histórico que anda necesitado de inteligencia y generosidad y sobrado del narcisismo de sus dirigentes que sólo serán líderes cuando lo demuestren.