Esta vez me van a permitir hacer un poco (un poco más de lo habitual, vale) de demagogia barata. Desde su retiro vacacional (y desde el mío) les conmino a que reflexionen un poco acerca de la noticia escalofriante que saltó a las portadas hace un par de semanas.
Si les digo la verdad, no se trataba de ninguna novedad. De hecho, tampoco lo sería para todos aquellos que estudiaron en colegio religioso. Se trataba de unas estampas que hoy sacuden conciencias tal y como aquellas imágenes nos azotaban cuando éramos pequeños. No podré olvidar nunca aquellos rostros desvalidos de los niños de piel oscura y tripa prominente que nos miraban alegres a la par que hambrientos desde los documentales de misioneros que llegaban desde África.
Recuerdo que pese a que el hambre marcaba sus cadavéricos rostros, sus vivaces ojos nos llenaban de ternura. Es sorprendente lo que es capaz de soportar el ser humano y, a pesar de todo, la alegría que la sonrisa de aquellos niños era capaz de transmitir.
Ahora aquellas estampas escondidas en los años escolares siguen repitiéndose. Da igual Somalia, Etiopía o Mali. Seguirán produciéndose cíclicamente por mucho que a las conciencias occidentales nos dé por recordarlo cada equis tiempo.
Mientras las generaciones africanas siguen clamando desde esos ojos brillantes, las generaciones occidentales seguimos mirando de lado a un problema que debería avergonzarnos algo más que para dar un donativo de vez en cuando. Es tremendo que sólo nos acordemos y nos escandalicemos de lo que la ‘tele’ sólo habla cuando se queda sin noticias. No se sorprendan, ya se lo dije, demagogia barata.