Allá por donde he ido, siempre he vendido los ‘sanmateos’ como las mejores fiestas, las más divertidas, las más abiertas, las ‘más’. Pero más allá de la promoción gratuita, hay días en los que una preferiría morderse la lengua. Salvando muchos y grandes aciertos ‘mateos’, como el bus búho todas las noches –para alivio de todos los que vivimos en la periferia y nos gustan las noches mateas– o las actividades de día –una ya no soporta tanta salida nocturna con el estoicismo de antes–, no todo es maravilloso.
Leímos ayer en este periódico que los hosteleros no están contentos con la recaudación de estas fiestas y lo achacan a la crisis. Estoy de acuerdo, pero sólo en parte. Si bien es cierto que ya no hay tanta liquidez para gastos, también es posible que otras componendas tengan su parte de culpa. Aparte de algunos precios abusivos –y no pocos–, he detectado un ligero malestar entre algunos visitantes y autóctonos durante estos ‘sanmateos’. Me comentaban (varios y por separado) que la calidad en el servicio hostelero había decaído con respecto a otros años.
Supongo que trabajar a destajo cuando casi todos andan de fiesta no es plato de gusto. Lo sé bien, periódico hay todos los días. Y el agobio y las prisas son comprensibles cuando llega la aglomeración. Pero las malas formas no son excusables en ningún caso. De hecho, fui testigo de una noche en la que unos amigos se quedaron sin probar bocado por la impertinencia de un camarero de un local del centro. Admito que es una minoría la que trata a los clientes como si hicieran un favor en lugar de un servicio, pero es algo que debería cuidarse más. Porque una sonrisa sale gratis. Y no por ello se resiente la caja al final del día.