En el asunto del aborto hay una posición por cada persona. Y no voy a polemizar, pero sí creo necesario que haya un poco de sensibilidad. Sensibilidad para hablar y para emitir determinados juicios de valor. La semana pasada oíamos al ministro Gallardón unas declaraciones que levantaron polvareda. En plata, afirmó que muchas mujeres recurren al aborto porque sufren ‘violencia de género estructural’. Como de primeras tengo buena fe voy a asumir que Gallardón se refería a la tremenda presión social, familiar y laboral que supone para una mujer un embarazo no deseado. Y asumía el ministro que ellas optan por el aborto por ser lo más accesible. Es cuestión de puntos de vista.
Supongo que, como en botica, habrá casos para todos los gustos. Pero lo que no admito, porque no me lo creo y además no es de justicia, es que su correligionaria Esperanza Aguirre añadiera al día siguiente que la falta de responsabilidad masculina acentuaba el problema. O sea, que las mujeres abortan porque los hombres no quieren pasar por el altar. No es cierto, señora Aguirre.
Las mujeres llevamos décadas luchando (sin lograrlo) por la igualdad, de salarios, de tareas, de asunción de derechos y deberes. Y también por la libertad sexual. No todas las mujeres están pensando constantemente en pasar por el altar, señora Aguirre. Destierre, por favor, esa estampa de las féminas, que nos hace flaco favor. Respete, como hacemos las demás, las opciones de vida y de familia que eligen las mujeres. Aunque no esté (estemos) de acuerdo. En pleno siglo XXI deberíamos apartar los debates estériles y retrógrados e incidir en la ayuda que muchas valientes deberían recibir cuando escogen formar una familia en condiciones difíciles. Pero también cuando escogen no hacerlo.