Soy una ilusa. Este año confiaba desde el principio en que nuestros chicos ganaran la Eurocopa. No sé, tenía un pálpito. Aunque también confieso que me entró algo de canguelo en la previa del partido ante Portugal. No termino de fiarme de nuestros vecinos. Precedentes no faltan. Pero en fin, lo logramos y el domingo fue uno de esos días grandes. De esos que se mantendrán en la retina durante décadas. De esos que generaciones enteras nunca olvidarán… En definitiva, uno de esos días.
El caso es que una de las razones más poderosas por las que sentía que la intuición podía ir bien encaminada era esa imperiosa necesidad que teníamos todos los españoles de recibir una alegría. De las gordas. Y la historia se cumplió. Con alborozo y jolgorio para todos.
Por primera vez en mucho, mucho tiempo los españoles hemos sido los primeros en lograr un hito, en hacer historia por algo positivo, en ser la envidia del mundo, en recibir las felicitaciones del resto, en convertirnos en la admiración mundial.
Les decía al inicio que soy una ilusa. Yme explico. La tremenda alegría que nos dieron los chicos de ‘La Roja’ se esfuma en lo que tarda una en verbalizar que la selección española es campeona de Eurocopa-Mundial-Eurocopa. Legendario, pero pasado. Y yo (ilusa de mí) confiaba en que el triunfo nos arreglaría el verano…
Hoy el orgullo se mantiene en el recuerdo, pero los desempleados siguen en el paro; los bosques siguen ardiendo; la prima de riesgo sigue subiendo y la Bolsa, bajando; el IVA terminará más alto y los recortes seguirán llegando.Vaya, que estupendo lo del triunfo, pero qué poco dura la alegría en casa del pobre (o de los pobres). Y nunca mejor dicho.