Columna publicada en Diario LA RIOJA el 24 de octubre. Disculpas por el retraso.
Llegaron y se fueron. Otras elecciones autonómicas. Sólo que éstas tenían morbo. Las gallegas se anticipaban como una especie de plebiscito ante la marea de recortes de Rajoy; y Nuñez Feijoo afrontaba un papel difícil. La jugada le ha salido redonda. Mayoría absoluta y a otra cosa (o recorte).
En el caso vasco, el PNV se la jugaba ante una sociedad que sólo ha tardado un año en olvidar los más de cuarenta que ha estado sometida al capricho de una banda terrorista. Como acostumbran, los de Urkullu han aprovechado la coyuntura ambivalente entre la tregua de ETA y el desgaste del PSOE tras Zapatero.
Pero más allá de sesudos análisis sobre el asalto de Bildu al Parlamento vasco o el descalabro socialista (que no remonta ni cuando menos confianza despierta el PP), es importante apuntar un aspecto alarmante. El apoyo creciente a los nacionalismos y la consiguiente pérdida de respaldo de los partidos nacionales. En Galicia, los nacionalistas AEG y BNG suman 16 parlamentarios (por los 12 del BNG del 2009). Tanto más en el País Vasco en el que el PNV logra una mayoría cómoda y Bildu (Batasuna) se alza como segunda fuerza política.
Dejando aparte las ansias soberanistas de los nacionalistas vascos (y de los catalanes tras noviembre), lo más preocupante es que la ideología agoniza. No importan derechas, centros o izquierdas. Solo lo propio, lo hiperlocal. Y a los que demás que les den. Los votantes deciden, sí, pero lo hacen con espíritu cerrado, sin pensar en la sociedad en su conjunto.
Quizás estos resultados den que pensar a los líderes nacionales porque si cada región barre para su casa olvidando la de todos, es muy posible que termine todo por saltar por los aires y un resbalón semejante en la cuerda floja que pisamos sería una caída sin retorno al abismo.