A veces resulta angustiante ver las noticias. Y lo digo como periodista, aún amante de esta profesión tan vibrante como descorazonadora. Mientras día sí día también vemos inquietantes imágenes de personas que pierden sus hogares por culpa de los desahucios que llevan a cabo los bancos rescatados con dinero de esos mismos desahuciados –dolorosa ironía–, día sí día también contemplamos el rostro que gastan algunos ejemplares de la sociedad.
Los penúltimos se supieron ayer. Lo malo es que serán eso, penúltimos porque seguirá habiendo casos de escasa solidaridad a diario.
Ayer se hizo público el gasto que ha supuesto la nueva web del Senado (¡por favor, que alguien me explique cuál es la función real de la Cámara Alta y, ya puestos, de su web!). Medio millón de euros. Habrá quien defienda este desembolso por eso de las nuevas tecnologías y estar más cerca de los ciudadanos y blablablá.
Y luego se da a conocer que en nueve meses ¡treinta diputados! han perdido o averiado su iPad (que pagamos todos). Hagan sus cálculos. Si ponemos que un iPad cuesta unos 600 euros, la cuenta da sinceramente pena.
Es sangrante y hasta repulsivo. Ya sé que con esas cantidades no se alivia la deuda pública ni se evita la subida de impuestos ni se solucionan los problemas económicos del país. Es cierto. Pero también es verdad que estos individuos, que son los que nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, son los que ejemplifican a diario un despilfarro que no nos podemos permitir. Y que tampoco queremos. Deberían dar ejemplo, pero del bueno. De inmediato.