El ‘tempo’ en política es un concepto más bien abstracto; se asemeja al ritmo pero está más relacionado con la oportunidad, con el manejo del discurso en el momento adecuado, con acertar en el cuándo decir algo. No es algo fácil de entender y, por lo que parece, tampoco lo es de aplicar.

Tanto debe ser así que nuestros políticos no acaban de captar la idea. Rajoy anunció el sábado que los datos del paro de ayer iban a ser «esperanzadores» y luego se animó con eso de que ya hemos pasado lo peor y blablablá (¿Cuántas veces nos han vendido esa burra?). Cien mil parados menos conforman ciertamente un buen dato pero es preferible ser prudentes. No aprenden de la experiencia. Si Aznar se tragó las armas de destrucción masiva por hablar antes de demostrarlo, a Zapatero se lo engulló la crisis por no reconocerla a tiempo y Salgado regurgitó los brotes verdes por adelantarse a la realidad, ¿no va siendo hora ya de que espabilen? ¿No se dan cuenta de que están mucho más guapos calladitos a ‘tempo’?

Nadie desea más que los ciudadanos que los problemas acaben de una santa vez. Más incluso que Rajoy, se lo garantizo. Pero alguien debería asesorarles a todos de que han de conjugar bien el ‘tempo’ antes de que, por enésima vez, el reloj de la realidad se los coma vivos.

Y si no, les pongo otro ejemplo de ‘tempo’ mal aplicado: el postulado que Pedro Sanz hizo el otro día en el Debate del Estado de la Región sobre limitar a ocho años el mandato del presidente del Gobierno. Si acaba la legislatura, habrá estado veinte años en el poder. Y viene ahora (¡AHORA!) a predicar con ese argumento. ¿¿En serio?? En fin, será cierto eso que dicen de que la primavera desajusta relojes y, por lo visto, también ‘tempos’.