No se fíen. En los últimos días hemos asistido impertérritos a mensajes sobre nuestra inminente salida del pozo del oscuro cieno en el que nos metimos, ya saben, por «vivir por encima de nuestras posibilidades». Varios presidentes autonómicos, algunos ministros y hasta el propio jefe del Ejecutivo se han volcado en un optimismo que, cuando menos, resulta sospechoso.
Y explico mis sospechas. Si tan fructífero está siendo el camino que llevamos, no me entra en la cabeza por qué es ahora cuando los dos principales partidos de este país alcanzan un pacto para presentar batalla conjunta en Europa. Entiéndanme. Me parece fantástico que haya acuerdos entre los partidos mayoritarios. Es una buena noticia. Pero, puestos a sospechar, ¿es la próxima cumbre europea el problema más importante de nuestro país?
Doy por hecho que los representantes políticos consideran que su labor es mejorar los problemas de un país. Así pues, ¿no ha habido temas más importantes que hayan requerido de un pacto nacional? Haciendo memoria, sólo recuerdo el Pacto Antiterrorista entre Aznar y Zapatero y lustros antes el Pacto de Toledo por las pensiones. Tiempo ha de ambos. Por lo visto, la lucha contra el desempleo no necesita un pacto nacional. Tampoco lo ha suscitado la educación, por lo que asistimos perplejos a un continuo cambalache de sistemas educativos que cultivan fracaso escolar y confusión.
A lo que iba, si tan bien parece que nos empieza a ir, ¿por qué tenemos que acordar nada ante Europa? Igual es porque tampoco nos va tan bien. O quizás porque la cumbre europea no es tan clave. O quizás porque lo realmente importante no requiere pactos sino sentido común. Y eso hace aún más falta que los pactos.