Luis Bárcenas, tras declarar ante Ruz. /AFP

Se va una quince días, regresa y todo sigue igual. O peor, si me apuran. Porque tras quince días sin tocar un periódico excepto para envolver los bocatas para la playa, ni ver la televisión salvo la previsión meteorológica de zonas costeras, parece que el tiempo no pasa. La actualidad no cambia. Todo sigue igual.

Un señor que está en la cárcel empieza a cantar y a los señores que nos gobiernan se les atraganta el postre cuando oyen que dicho presunto afirma que han cobrado sobresueldos en B (bonito eufemismo para decir dinero negro y sucio).

Esto ya no es ni novedoso. El tal Luis se ha propuesto no caer solo y, ya que si nadie le ha lanzado el salvavidas para evitar las rejas carcelarias, será él quien les tire el dardo a la línea de flotación más dolorosa, la del honor.

Lo inconcebible es que después de demasiadas semanas de acusaciones, sospechas, revelaciones y filtraciones no hay quien se aclare sobre quién cobró y en qué sobres iban las comisiones (si las hubo). Pero lo peor de todo es que las comparecencias públicas de los (ir)responsables supuestamente implicados tampoco despejan las dudas que empiezan a hacer mella en los cansados ciudadanos.

Ya no hay ni siquiera indignación. Sólo queda sitio para un hastío que no permite confiar ni en los políticos, en las ideologías ni siquiera en esa Justicia que no acaba de arrancar.

Y mientras, todo sigue igual. Creo que lo mejor será marcharse de nuevo o, en su defecto, volver a esconder la cabeza en la tierra cual avestruz asustada. No vaya a ser que los cantos que llegan desde Soto del Real nos taladren los tímpanos con más millones corruptos y más gobernantes con demasiado por esconder.