Después de las lágrimas, llegan las risas. Es algo que nos caracteriza a los españoles. Nos pueden zurrar hasta en el carné de identidad pero luego nos levantamos con dignidad y nos reímos de nosotros mismos a mandíbula batiente. Yo creo que, en realidad, es lo que más nos une como país. Más allá de banderas, de himnos y de símbolos vacíos. Lo mejor de nuestro sentido del humor es que cuanto más doloroso es el tropezón, más carcajadas nos suscita.
No somos capaces de burlarnos de nuestros logros, que bastante nos cuesta conseguirlos, pero es meter la pata y jajaja, risas mil.
Nos ha pasado con la elección de Tokio como sede olímpica del 2020. Más allá del rancio politiqueo del COI, es ver a uno de nuestros representantes hablando un macarrónico inglés para que entre risas nos traguemos el malhumor. Y es que hemos de reconocer que sin nuestros políticos no seríamos nosotros mismos. Qué hubiera sido de la presentación española en Buenos Aires sin ese «relaxing café con leche en la Plaza Mayor». No es cuestión de hacer sangre con el inglis de la alcaldesa de Madrid. Más que nada porque en este país de risueños muchos se carcajean del inglés de la Botella, pero pocos son capaces de soltar un buen speech con pronunciación de Cambridge sin tartamudear.
Es cierto que es para reírse el discurso de Ana Botella. Sobre todo, por el tiempo que habrá tenido la mayor madrileña para preparar tan limitado pronunciamiento. Pero no nos engañemos, más allá de las risas, deberíamos exigir un mínimo nivel de idiomas a nuestros representantes en el exterior. Para que cuando nos peguemos el guantazo, podamos reírnos más, por ejemplo, del peinado ‘alocado’ de la Botella o de la inestimable dicción de Rajoy.