Prolifera entre nuestros políticos un curioso principio. Dice algo como ‘miente (o calla) que algo queda’. Y es que en cuanto surge cualquier tipo de polémica, sea del tipo que sea, nuestros políticos optan por mutar en avestruces. Mentir o callar (o decir medias verdades, en su defecto) es siempre su primera opción. Aunque luego se les vea el plumero y se vean obligados a salir a la palestra para informar de aquello que intentaron ocultar.
No me refiero sólo a temas de corrupción o delictivos. Para eso está la justicia. Hablo de las cíclicas polémicas que la vida va suscitando. La última, el ébola.
No logro comprender por qué se afanan en mentir o decir medias verdades cuando luego la realidad, que suele ser muy inoportuna, les estalla en la cara.
Una de las máximas de la comunicación de crisis es decir siempre la verdad en cuanto se tenga la información. La razón es simple: de esta manera es más fácil liderar la estrategia de comunicación y, cuando lideras la estrategia de comunicación, hay menos lugar para las sorpresas desagradables. O al menos, más capacidad de reacción.
Pues aquí no aprenden. Nunca. Estoy segura de que la ciudadanía hubiera agradecido que cuando saltó la noticia del contagio de Teresa Romero, alguien relevante hubiera dicho sin ambages y de forma unívoca que había habido un fallo y que se solucionaría cuanto antes en lugar de balbucear y acusar. Nadie es perfecto, todos lo sabemos, y por eso, la sinceridad se aprecia. Como eso no se hizo en su momento, se han tenido que dar explicaciones en demasiadas ocasiones, con el consiguiente (otra vez) hastío de la población que vuelve a sentirse engañada. Engañada por avestruces.