Cómo cambian las cosas en cuatro días! Muy nerviosos deben de estar algunos cuando de un día para otro pasan de la negación constante a la asunción de culpa y posterior ruego de perdón. Hemos sido testigos de varias situaciones como las descritas, aunque bien es cierto que deberían multiplicarse por mil.
Hace cosa de semana y media fue el propio presidente del Gobierno el que sorprendía a la clientela pidiendo perdón por la desvergüenza de los políticos corruptos. Y este pasado domingo era el arzobispo de Granada el que con la frente en el suelo rogaba a los parroquianos perdón por los desmanes pedófilos de algunos sacerdotes.
El sacramento católico del perdón (que viene muy al pelo de lo que vivimos) dice que para que se consume hay que hacer examen de conciencia y contrición (o arrepentimiento), confesar la culpa para pedir perdón y cumplir la penitencia impuesta. De momento, a lo primero hemos asistido de forma parcial (sólo confiesan porque les han pillado), la petición de perdón también es incompleta (lo hacen por reclamación popular) y lo tercero, la penitencia, de momento es una fantasía, no sucede en ningún caso.
Porque con pedir perdón no basta. La penitencia debería obligar a reparar el daño cometido para que los futuros tentados por el ‘pecado’ se replanteen la comisión del mismo: da igual si hablamos de corrupción económica o de menores. En el primer caso, la devolución del dinero incautado por los corruptos sería un comienzo. En el segundo, el daño es casi irreparable. Pero el intento por subsanar semejantes comportamientos repugnantes también se consideraría un inicio. Aunque parezca nimio.