Si no fuera tan trágico el asunto, tendría hasta guasa la cosa. Pero desgraciadamente no la tiene. Ni una pizca. Ha tenido que acontecer el cuarto gran atentado yihadista en Europa para asistir a la unión de todos en una estampa de solidaridad y frente común frente al fanatismo islamista.
Tras el 11-S en Nueva York, el 11-M en Madrid y el 7-J en Londres, en los que Occidente vio sacudida su tranquila forma de vida por un terrorismo antes sólo olfateado de lejos en países demasiado ajenos al ciudadano occidental, ahora le ha llegado el turno a Francia. Y aunque elucubremos, nunca sabremos cuántos intentos se han frustrado gracias a la pericia de los cuerpos policiales de los distintos países europeos.
Pero si bien todo acto de terrorismo es execrable, el de Francia ha sacado a la luz una actitud encomiable; primero, del pueblo galo, que ha hecho piña con sus víctimas en un grito único de repudio al yihadismo; y luego, de los líderes europeos, que mostraron su solidaridad con Hollande en una manifestación histórica y que por fin se han puesto manos a la obra para frenar a los fanáticos.
Es el único consuelo que nos queda a los que defendemos la democracia, la tolerancia y las libertades. Y aquí también. Al menos por una vez, los políticos españoles han apartado la demagogia barata y se han unido para dar un paso importante en defensa de los derechos y las libertades. Es triste que el asesinato de diecisiete personas en el país vecino haya empujado a PP y PSOE para llegar a un acuerdo sobre la lucha contra el terrorismo islamista. Pero es lo que hay.
Esperemos que las elecciones u otros intereses ocultos no los desvíen del camino ahora emprendido. Por nuestra seguridad.