Lo que muchos nos temíamos ya ha llegado. En todo su esplendor. No nos hemos librado del constante martilleo previo al inicio de campaña electoral en Cataluña. Y ahora viene lo peor. Y todo minuciosamente radiado, claro, para pesadilla de los que no residimos en Cataluña (y supongo que también para gran parte de los que sí).
Era lógico que los líderes nacionales se volcaran en arropar a sus candidatos catalanes en previas de los comicios del 27-S. Rajoy y Rivera son los únicos cuya postura no ha variado: el no a la secesión es innegociable. Y punto. Por su parte, el PSOE, especialista en malabarismos con tal de no molestar a nadie, se muestra en una ambigüedad peligrosa. Ni sí ni no ni todo lo contrario. Una postura sospechosamente similar a la adoptada por la formación-coalición de Pablo Iglesias.
En ese ambiente de posturas interesadamente irreconciliables, destaca un elemento cuya coherencia política sorprende agradablemente. La valentía de Unió es un soplo de aire fresco y del olvidado ‘seny’ catalán. El partido de Duran i Lleida, siempre nacionalista pero no independentista, ha tomado un camino, al menos a priori, admirable: romper con su socio de décadas, Convergencia, por no compartir las ansias independentistas de Mas. Eso le costará muchos votos y hasta es posible que no logre representación del Parlamento catalán. Lo que no deja de ser preocupante.
Pero lo que aún resulta más preocupante es que muchos empresarios catalanes hayan esperado hasta ahora para alzar tímidamente su voz contraria a la independencia, pues previsiblemente se verá eclipsada por el estruendoso guirigay electoral. Esperemos que no sea demasiado tarde. Por el bien de todos.