Decía el otro día un politólogo en la radio que las diferencias entre los adversarios políticos españoles cada vez se difuminan más y que empieza a costar trabajo distinguir entre propuestas de izquierdas y de derechas. Limitaba la distinción a algunas (mínimas) cuestiones ideológicas y mencionaba la educación en este puñado de posturas irreconciliables. Es algo que me hizo pensar.
Es lamentable que la educación se tenga por un tema ideológico para los grandes partidos. Lo que debería ser un asunto de importancia nuclear para el país se convierte en una simplona arma arrojadiza entre rivales políticos. Es terrible que en casi cuarenta años de democracia varias generaciones de españoles hayan sufrido tantas reformas educativas como gobiernos de distinto signo. Y casi siempre para ir a peor.
Es desalentador que se use la asignatura de Religión (o la de Educación para la Ciudadanía, según el lado que lo mire) como el más grave de los problemas educativos de este país. Como si los reiterados fracasos en los informes PISA estuvieran ineludiblemente ligados a una materia o a la duración de los estudios obligatorios…
Es desesperante ver cómo en las previas electorales, unos y otros vuelven a retomar asuntos tangenciales de la educación (meros parches) para olvidar que el esfuerzo y la exigencia en el ámbito académico son, además de una urgente desideologización y un imprescindible pacto general, las claves para que nuestros niños puedan en un futuro acceder al mercado laboral con garantías, amén de contar con una decente cultura básica (que cada vez es más exigua).
Pero lo más lastimoso de todo es que una vez llegue y pase el 20D la preocupación por la educación volverá a enmudecer en el cajón de la indiferencia general.